24 de febrero de 2008

Cerca del Alzheimer


J. M. Ferreira Cunquero

Si nos hubiésemos encontrado en otro lugar, posiblemente nos habríamos dado un simple saludo, deseándonos lo mejor, como solíamos hacer hace años.

Pero a este amigo lo veo ahora muchas tardes, con el gozo de comprobar que su impresionante poesía brota de la fuerza de un espíritu nacido para vivir en exclusiva dentro de la verdad.

A través de él, voy escuchando su grito de impotencia ante el Alzheimer y, aunque acabo de verlo llorar como lloran los hombres, me he asomado a una mirada sincera y penetrante que da a entender que su lucha no tendrá fin. De su mano acudo a esa universidad de la vida, donde el amor hacia los seres queridos escribe las últimas pero certeras líneas de la abnegación con entrega.

Su dolor cala con profundidad en los frondosos pinares que, desde el recuerdo, huyen todavía de la otoñal siesta de las horas. Por ellos mi amigo, poeta grande donde los haya, compone estos días los versos del reencuentro con su padre, seguramente en el mágico atardecer que, a las orillas de Gredos, derrama licores de altura y diálogos que buscan en Dios respuesta a tan incomprensible castigo.

Él me dice que le conforta saber que su padre físicamente no sufre, mientras la enfermedad lentamente avanza, infringiendo un palpable deterioro en su débil fortaleza.

Conversamos sobre la gran falacia que el estado del bienestar trata de vendernos, desde los grandes tablaos de la parafernalia política, como postre habitual de la demagogia.

El sufrimiento de los familiares que luchan contra las fatigosas embestidas del Alzheimer, va más allá de la dureza del sacrificio que exige una dedicación desmedida hacia estos enfermos que, huyendo de la razón, se embarcan en un viaje sin retorno hacia la no existencia.

La soledad de quienes están involucrados en esta paciente disposición a darse en cuerpo y alma a los suyos, es uno de los más traumáticos episodios que pueden vivirse.

Mi amigo, que es puro sentimiento desbrozado, pese al privilegio de gozar de los medios que atenúan en ciento modo su zozobra, cada vez profundiza con más intensidad en la problemática del Alzheimer. Me hace coparticipe de su desvelo, cuando me recuerda, en un acto puro de solidaridad, a los ancianos que sólo cuentan con la pobre ayuda de sus congéneres. No hay dinero que pueda mitigar estas dramáticas vivencias que, por el envejecimiento de la población, cada vez van acercándose con más intensidad y frecuencia a todos nosotros.

Las residencias de ancianos más especializadas en esta problemática podrían ser una solución para cubrir las carencias que la familia, por falta de medios físicos, no puede acometer. El problema es que éstas tienen precios de hoteles de veinte estrellas a pie de costa y en temporada alta, con lo cual dicho sueño sólo está al alcance, como siempre, de cuatro privilegiados.

Cuando el Alzheimer se manifiesta con estados demenciales violentos, no sólo estamos hablando de una enfermedad que precisa atención y cariño, sino de algo que debe implicar al sistema social de una manera más clara, lejos de las manidas promesas, que son sólo eso, promesas vacías. Vaya en estas letras mi reconocimiento para este amigo entrañable y para todas las familias que cada día luchan contra esta enfermedad, que los erige en auténticos héroes de este tiempo ¿del bienestar?

Publicado en el Diario El Adelanto de Salamanca 14.02.08

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