24 de febrero de 2008

RATAS


J. M. Ferreira Cunquero

Me pregunto qué habrá sido de la pobre rata que al atardecer se daba un garbeo por la avenida Portugal, saludando ya como si tal cosa a la gente. Otros días el grisáceo roedor, con plena confianza en el manejo de sus territorios, se dejaba ver en compañía de varios congéneres. Seguramente estaban inspeccionando la obra del aparcamiento subterráneo, ya que a fin de cuentas dicho boquete iba a ser su nueva morada.

El caso es que estas ratas tamaño conejo, aunque tengan un increíble instinto, son repelentes a la vista, sin que nadie valore sus extraordinarios recursos para persistir en el subsuelo.

Pero aquí existen otros roedores de dos patas que, escudándose en el anonimato y con alevosa nocturnidad, alimentan una arriesgada actitud propia de alimañas, que destruyen bienes públicos o cualquier otro material que se ponga a tiro en su punto de mira atrofiado.

Estas malditas ratas, por su aspecto humano, logran encubrirse entre la gente y no les hace falta la luna llena para trasformase en juveniles monstruos, que despliegan sus garras con el fin de divertirse -fíjate tú- jodiéndonos la ciudad. Entre sus gozadas nocturnas, la quema de contenedores les excita el deseo enfermizo, enganchándose con su munición destructora a todo tipo de salvajadas. Son los fieros y repudiables héroes de la noche. Ratas cobardes y nauseabundas que, inservibles para la convivencia, ven en la ciudad anochecida el escenario acorde para su irracional propósito de divertirse a costa del bolsillo de los ciudadanos.

Desconozco cómo localizan sus objetivos, pero da la impresión que aun surgiendo estos sobre la marcha, una de las especialidades que los identifica como la peor especie de ratas es la destrucción de espejos retrovisores o neumáticos, en una orgía callejera que debe proporcionarles el chute de emoción necesario para seguir sintiéndose más bestias. Para qué recordar garajes, vallas de obras, teléfonos públicos, bancos (uno recientemente estrenado en la avenida Portugal), etcétera. No es para tomarse a broma esta jauría de personajes siniestros que se mueven a sus anchas bajo el manto protector del anochecer salmantino.

Recordemos cómo, aquel cristal que se puso a prueba de bombas en el Puente para dejar ver una parte de su estructura romana, se tuvo que quitar ante los continuos ataques de estas mafiosas bandas de descerebrados. Que un ayuntamiento tenga que ceder ante este pillaje juvenil en una ciudad que se precia de culta y acogedora, es para bajarnos en marcha del burro y cantar el Miserere en latín.

Y claro, si se ponen cámaras ratoneras para descubrir al bicho, enseguida saltan los resortes que defienden el sagrado derecho a la libertad, cosa lógica por otro lado en democracia.

Qué tiempos estos de contrasentidos y de enfrentamientos que embetunan la realidad, mientras la niebla de la parsimonia política cubre el paisaje educacional que, con unos y otros gobiernos, sigue siendo el más sonoro de los fracasos históricos de nuestro sistema.

Es muy duro llamar roedores a una chavalería, que ha tenido la desgracia de no haber recibido esa mínima educación que se precisa para convivir respetando los terrenos intocables de los demás. Más lo es admitir que muchos de estos mozalbetes serán destrozados por la vida, apenas surquen otros territorios lindantes con estas juergas nocturnas de la destrucción. Duele reconocer que en el fondo ellos –porbrecillos- no son culpables de sus indómitas conductas.

El Adelanto de Salamanca 17.01.08

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