2 de diciembre de 2007

Lanzarote es una isla



J. M. Ferreira Cunquero


Tengo la impresión de que en esta paz que contiene exactos sonidos del sosiego, el diablo de Timanfaya puede aparecer en cualquier instante. Es pura magia este ambiente de piedras y metales fundidos que, cual tesoro testimonial dan fe de las fuerzas naturales que acaso, en sus ciclos más incomprensibles, nos recuerden la intervención de la divinidad o de otros poderes ocultos, que a veces dejan en evidencia la extrema fragilidad del hombe.
Al escuchar en una tasca de Yaiza a una oronda mujer alemana pronunciar con cierta delicadeza, Lans

agote, siento el chispeante sobresalto de la sorpresa. ¿Es que hasta fuera de España es conocido nuestro alcalde? Después, caigo en la cuenta de que estoy en la isla canaria. Es en ese momento cuando me pregunto qué habrá sucedido con la manifestación que montaron las fuerzas del helmántico rojerío contra la subida exagerada de impuestos, y si ésta habrá abierto los cauces de la meditación del poder absoluto que mantiene, gracias a las urnas, nuestro el alcalde.
Pero como estoy lejos de la ciudad cuando escribo estas letras y no quiero caer en sentimentalistas enredos, me apetece recordar de forma distendida lo que “El Brujo” nos contase durante el descanso de su Francesco, bajo la firma de su ingenio teatral.
Refería el actor que al reinaugurarse el teatro Liceo de Salamanca, durante el afamado año cultural europeo, algunos espectadores comenzaron a gritar repentinamente: ¡que no se ve!, ¡que no se ve!
Con mucha gracia el actor nos decía, en aquel teatro madrileño, que lo habitual era oír en este tipo de recintos de vez en cuando aquello de: ¡que no se oye!, ¡que no se oye! Pero en un teatro nuevo, que alguien te grite que no se ve es como para perder los nervios, recordando al padre del señor empresario y a toda la corte de enchufados que ronronean por el morro cerca de este tipo de inauguraciones. El remate, según El Brujo, lo puso un espeluznante grito que aseveró, sentando cátedra, que la culpa de todo la tenía Lanzarote. Recordaba el actor, haciéndonos partir de risa, como suele ser habitual en sus interpretaciones, que nunca sobre un escenario había sentido aquella perplejidad, pues desconocía el conflicto existente entre Salamanca y esta hermosa isla volcánica. Luego, ya en los camerinos, cuando nuestro alcalde fue a saludarlo, pudo desenredarse el misterio.
Curiosamente se acordó también en aquella función del alcalde de Madrid. Nos habló de su inteligencia, similar a la del señor Lanzarote, en el sentido de que en un espacio cultural de la capital de España, por una insigne idea del señor Gallardón, se venden entradas para invidentes, tratando de aprovechar económicamente las localidades que no ofrecen visibilidad alguna.
Y es que en esto de tener visión de la jugada, don Julián es único e irrepetible. Más que eso, la verdad, es que este alcalde, tiene en su jardín la indestructible flor de la buena suerte. Pero no estaría mal que por una vez dominase el impulso de su poderío adecuándose, por lo menos, a lo que anuncia Rajoy como producto estrella de la campaña del PP. Sería una pifia descomunal que en las contradicciones de la propaganda electoralista de la derecha, Salamanca, que es feudo popular, de la mano de su alcalde, repique de nuevo el tambor que suele dar la nota a destiempo.

El Adelanto 29.11.07

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