28 de noviembre de 2007

MACROBOTELLONES

MACROBOTELLONES

J .M. Ferreira Cunquero

Asimilamos ya, qué pena, como parte del paisaje urbano, a mozalbetes que, en las primeras horas mañaneras, llevan tal trancazo encima, que los pobres no saben si van o vienen.

Salamanca da la impresión de estar vendiendo, bajo la cuerda universitaria, las virtudes de un paraíso para el ocio alcoholero y el desmadre. La marcha nocturna de nuestra ciudad, debe ser una de las más reconocidas y admiradas del suelo patrio por lo que cuentan nuestros visitantes. Pero una cosa es reunirse viviendo con métodos de juerga la noche y otra muy distinta es empinar el codo hasta perder el rumbo.

Una de las claves para entender este asunto me la dio un vecino temporal que estaba matriculado en la Facultad de Derecho el año pasado. Como me preguntaba de dónde podía sacar horas para el estudio un chaval que se acostaba prácticamente poco antes de amanecer todos los días, tuve el atrevimiento, por pura curiosidad, un día de preguntarle cuándo lograba estudiar. El pobre mocito, con lengua trastabillada, pero con sinceridad manifiesta me respondió que no tenía tiempo para plantearse esas cosas. El jolgorio en Salamanca, según él, reclamaba una entrega total, pues el momio del festejo suele alargarse como mucho dos cursos. Con las notas por medio en ese espacio temporal, la familia se percata del negocio que este tipo de estudiantes se monta aquí, cortándoles el grifo vacacional del cachondeo.

Pensar que toda la juventud está implicada en estas nuevas coordenadas del desmadre, estoy seguro que es injusto, pero la cosa no es para tomársela a pitorreo, cuando en los hospitales comienza a ser habitual la comparecencia de cierta chavalería con comas etílicos que cantan y cuentan la locura de este tiempo enamorado de la incomunicación, el monótono ruido discotequero y el alcohol adherido como producto esencial para seguir tirando.

Lo que resulta paradójico y chocante es la colaboración manifiesta de nuestra Universidad en esas concentraciones juveniles donde el colocón, disfrazado bajo un bondadoso y amable rostro botellonero, puede poner en marcha el reloj del enganche a esa locura que inicia el peligroso camino hacia la evasión inconsciente. La Universidad -que sepamos- no tiene entre sus propósitos académicos colaborar en estos botellones, por mucho que se festeje al patrón respectivo. Es que resulta casi hasta increíble. Más cuando existe la fundada sospecha de que el descontrol en estos macro-botellones podría permitir que se cuelen en los recintos menores de edad. Esto es más que serio, es inadmisible.

Escribir sobre este tema, que debería preocuparnos a todos, genera el riesgo de ser tildado uno de vejestorio o carcamal, por ir a la contra de ciertos modismos escalofriantes.

La juventud, como en cualquier época, es el embrión social que dinamiza la esperanza de un futuro casi siempre incierto. Su valor es tan trascendental, que ver estas movidas licoreras y esas danzas matinales sin equilibrio, causan la extraña sensación de que algún componente de esta sociedad consumista y globalizada precisa urgentemente algún ajuste.

Claro que lo de la colaboración de la Universidad, insisto, como institución académica, en estas historias, la verdad, más que ofender chirría. Poner la disculpa de que es mejor controlar el ímpetu juvenil a través de estas macro-reuniones con chispazo etílico que dejar que la mocedad se disperse, cuando menos rememora la leyenda del avestruz escondiendo bajo no sé dónde el coco.

El Adelanto de Salamanca....22.11.07


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