Publicado en el diario El Adelanato de Salamanca 15.11.07
J. M. Ferreira Cunquero
Lo que produce rechazo no es que se suban los impuestos, sino que los mismos asciendan desproporcionadamente tras la calma que nos hicieron suponer en esta materia, durante el pasado período electoral, quienes se hicieron con el poder en el ayuntamiento.
No hay que ser nada entendido en economía para caer en la cuenta de que es imprescindible, hasta en la contabilidad de andar por casa, prever los gastos de lo que es preciso para el disfrute y uso de las necesidades más básicas.
Está claro que el mantenimiento de los servicios públicos indispensables debe estar sujeto al control preciso, que vaya adecuando las subidas de las cargas que deben soportar los ciudadanos por el encarecimiento de los mismos. Todos sabemos que no existe la milagrería para costear la subsistencia y adaptación de las prestaciones comunes, que deben garantizar la respuesta a todas las demandas esenciales que se planteen dentro de la comunidad.
Pero claro, cuando te encuentras que en el periodo electoralista se camufló lo que hemos de suponer que estaba más que estudiado, es lógico que uno se revele y que, bajo la pauta de ese derecho intocable que nos incumbe como paganos de todo el invento, podamos patalear a nuestro gusto hasta cansarnos. ¡Qué menos!
Más orondo sería el disparate si es que en ese periodo del sosiego, por el país de las fantasías salmantinas, cuando casi exclusivamente se nos vendió como único problema la marcha de los legajos del archivo a Cataluña, descubrimos ahora, que de repente nuestros gestores han descubierto que no había manteca para cubrir el embutido.
Quizás no podamos hacer nada. Es más, seguramente no nos quedará otra cosa, como parte de nuestro lógico cabreo, que el berrinche y la ofuscación. Pero si la pasta que se busca recaudar es indispensable para que los servicios públicos más cercanos funcionen (siendo objetivos) no habrá más remedio que ponerla de una u otra forma.
Esto no quita, ni puede escamotear la crítica que se merecen quienes no fueron capaces de subir porcentualmente en años anteriores, dentro de la medida justa, las tasas que ahora, como si fueran un auténtico garrotazo, se ciernen sobre los que una vez más regularemos con nuestro parné el presupuesto.
A uno, incluso aceptando que hemos de pasar por taquilla (si no logra el personal con las movidas anunciadas cargarse el tasazo), le queda ese sabor de boca amargo, que se produce cuando, en democracia, una y otra vez, se nos demuestra que nuestro valor como ciudadanos no va más allá de ejercer el derecho al voto cada cuatrienio.
Este tasazo municipal nos demuestra que, cuando los políticos guardan en el baúl de las realidades los vaqueros y las camisas, después de haber recogido el grano, nos devuelven a esta inmovilizada sensación que nos produce la apatía hacia un sistema que debería coartar estas licenciosas incongruencias.
Los ciudadanos deberíamos tener cauces que protejan mejor nuestras aspiraciones, más allá de esa premisa que suele justificar cualquier desliz político con el falaz argumento de que durante cuatro años son intocables quienes nos representan, por haber sido elegidos por nosotros.
Lo que es impepinable, por muchas voces que demos, es que el paseo triunfal del PP en las urnas hace posible que estas decisiones controvertidas se sostengan legalmente, aunque no guste oírlo, en el democrático valor de las mayorías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario