26 de junio de 2007

El efecto altavoz de la censura

Publicado en El Adelanto de Salamanca 2.01.07

J. M. Ferreira Cunquero

Quién iba a decirnos que, en esta época del buen talante, el ruido de las guillotinas, podría sesgar, recordándonos tiempos pasados, la libertad de expresión en la Televisión pública.

Es increíble que a estas alturas nos digan que no se emite una entrevista realizada a José María García por unos supuestos insultos que parece ser pueden causar toda una catástrofe en nuestra sensible mollera de cristal extrafino. Vamos, que el papá Estado, como en la mejor etapa de la censura, se ha puesto de repente a cuidarnos de los perversos virus que pueden destruir la complaciente y apelmazada tranquilidad de nuestro ibérico pasotismo.

Es lamentable la programación que sufren las televisiones en general, cuando dedican lo mejor de su tiempo a cocer en vinagre la bilis de la desfachatez más inadmisible. Un montón de parásitos cotizan al alza intimidades e indecencias, de tal forma que deberíamos aplaudir que la Televisión pública efectúe movimientos claros hacia la cordura y la sensatez que debe combatir, de un modo palpable, tanta pocilga asquerosa.

El problema surge cuando se quiere dar esta impresión enrejando la palabra con un sentido de la oportunidad insostenible. Y es que se ha vuelto a vislumbrar ese plumero que limpia caprichosamente el armario de los grandes intereses bipartidistas, que resguardan celosamente trasfondos y compadreos.

En esta era de la informática, gracias a Internet, es ya muy complicado ponerle grilletes a las ventanas informativas y por ello ahora multiplica el efecto de resonancias cualquier intento de manipulación o censura como el que se ha cometido en la tele que sigue siendo de algunos, por más que nos quieran hacer creer que todos somos sus dueños.

Es incluso sano, como pauta preventiva para el ataque que sufre continuamente nuestra salud democrática, visionar la entrevista que Jesús Quintero le hace al conocido locutor radiofónico y descubrir que lo que han querido vendernos, exclusivamente como insultos, son opiniones, experiencias y denuncias que hace el periodista, en su relación con los medios a los que ha estado vinculado. Conocer, a través de García, algunos episodios o pasajes de los enmarañados imperios periodísticos y de algunos de los protagonistas más actuales de la política y el panorama social, es cuando menos curioso y sin duda más interesante que, por ejemplo, dedicar a diario un programa para narrarnos luctuosamente los múltiples sucesos criminales acontecidos en nuestro país.

Si TV, al comprobar que las opiniones de José María García no deben emitirse, simplemente, como se hace otras veces, tira la cinta a la basura y punto… Pero no, la cosa se anuncia, nos la meten en la sopa para que el caldo coja sabor y luego nos dejan ver dos ráfagas del programa tratándonos como a idiotas.

Podría entenderse que las afirmaciones de José María García son polémicas e incluso inadmisibles por menospreciar a personas relevantes, pero y si lo que afirma es verdad…, ¿por qué no saberlo? Y si son falsedades…, ¿no está para eso la Justicia?

Lo instructivo de esta torpeza llevada a cabo por la prepotencia del poder que siega nuestro derecho a escuchar a alguien discrepante o con un punto de vista diferente, es que ha sido reforzado el efecto del desatino, transformándose el olvidado locutor en un protagonista claro en casi todos los medios. Y es que en democracia las afinidades y los alineamientos silenciadores acaban casi siempre fracasando (a Dios gracias) por el bien general de las mayorías.

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