“Como árboles que andan”
J. M. Ferreira Cunquero
Horas menores de Emilio Rodríguez, editado por
En manos del poeta el verso vigoroso trasmuta su fulgor de belleza en ecos misteriosos de rituales trascendentes, que evocan con verdad una vida interpretada a través del dibujo, la voz y la palabra.
Ahora el poeta libera, de esa maceración antigua que el tiempo paciente curte, el grito del alma, ilusionado en atravesar praderas con perfume a manzana y acuarelados colores verdinegros sobre un orujo de montaña inolvidable.
Como árboles que andan nos acerca al mundo de la minería, a través del sentimiento que ha ido tamizando experiencias y horarios inacabables de emoción y temblor compartido.
Volver a la poesía social, sin reminiscencias decadentes ni voceríos panfletarios que se anudan a falsos modismos temporales, es un placer que debemos permitirnos con este poemario, capaz de embriagarnos por su olor a tierra con rastros recientes de querencias humanas.
Como árboles que andan fue escrito hace años seguramente con exigencias de protocolos mineros que hierven
Aunque el autor estructura en dos partes el libro, la magistral introducción que hace de
El conjunto de versos penetra en el hombre que merodea el duro hábitat de la mina, descubriéndonos sedimentos enamorados de figuras humanas que viven en el corazón permanente de lo inolvidable en Emilio. Quienes viven en las proximidades del poeta, sin que el tiempo haya podido levantar vallas de sombra y olvido, aparecen como secuencias necesarias de un aliento que versifica con rigor y perfeccionismo el drama: “Lo miras y no es más / que un área fría de huesos y silencio”.
Hasta los títulos de los poemas en Como árboles que andan producen escalofríos al presumir rancias vivencias que ahondan en nuestro corazón sentimientos.
Pero si hay algo de este libro que apasiona en sus relecturas, es descubrir las conmovedoras sugerencias que matizan la impresionante lírica eclosionada como algo natural en los versos: “En la escuela se estudian / las ventanas / y los ríos navegables / que nunca tuvieron geografía”.
Hemos de agradecer a Emilio Rodríguez que, después de haber escrito esta joya literaria hace más de veinte años, haya seguido bajando al pozo minero del alma, a recoger el carbón literario, que ha venido calentando tantas veces la invernal época de nuestro lamento.
No dudes, amigo lector, en gozar con este libro que se me antoja imprescindible en cualquier biblioteca que se precie de tener un rincón especial para la poesía.
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