24 de noviembre de 2006

Andrés Alén. Inédito

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca el día 16.11.06


J. M. Ferreira Cunquero

Dice, seguramente con buen criterio, Rafael Cid Tapia que Andrés Alén forma parte de ese escogido grupo de artistas que pueden calificarse de poderosos, por tener la capacidad de enfrentarse a cualquier reto que se les plantee. Y es verdad. Andrés Alén viene demostrando, desde hace años, que su presteza creadora puede abarcar dimensiones sin medida a la hora de resolver cualquier proposición que se le plantee, siempre que se estimule ese ánimo inspirativo propio de artistas geniales. Incluso ahora podemos comprobar que Alén domina los grandes espacios, sin recurrir en exclusiva a colosales formatos pictóricos para resolver el complicado reto de lograr esa armonía que debe presidir el conjunto de cualquier exposición.
En la Hospedería Fonseca y hasta el día 19 de este climáticamente extraño mes de noviembre, Andrés Alén nos demuestra cómo esa hegemonía ingeniosa e irreprimible a la hora de crear le ha embarcado en una nueva explosión de búsquedas y reencuentros. En una macro exposición vigorosa, nos va conduciendo, con cierto encanto, por un recorrido ilusionante y sorprendente, que nos hace comprender que cada segundo, en el cosmos particular del artista, marca a conciencia fragmentos necesarios e imprescindibles en ese ensamblaje creativo que aúna y respalda con ansiedad una evolución artística incontenible.
Las homografías de Alén podrían sugerirnos esa puesta a punto que divaga buscando caminos, si no fuera porque, al fijarnos con más detalle, podemos apreciar un pulso seguro dominando la paciente intención de componer figuras calibradas con el suave movimiento que dimensiona, al alejarnos, un inmenso panel de estética incomparable. Por otro lado con sus más de cuatrocientas caras, Alén nos obliga a bucear en los gestos de un estudio asombroso e incitador, donde es fácil escarbar en los hallazgos que nos remueven el alma, cuando intuimos en la piel de los rostros intensos una débil presencia emergida, quién sabe si desde el otro lado del sueño, como sutil e insinuante niebla de ocres, que nos perfilan con ciertos matices posiblemente nuestra propia sombra.
Pasar de las caras a la abstracción es retornar al ámbito de la verdad, donde el artista se desnuda emborrachándose de sí mismo en esa ceremonia de la trasformación, que lo anexa como parte fundamental e imprescindible de la materia más elemental y necesaria.
El pintor logra, con sus collages, auténticas pinturas que nos embarcan en el pálpito emocional que vibra al descubrir que los tramados desniveles son pinceladas de destreza insuperable, y que el dominio del color en las espaldas del papel acartonado, más que ilusión, es un natural dominio del artista sobre cualquier tipo de cachivache ¿inservible?...
Cuando este humilde columnista ha tenido la suerte de disfrutar leyendo el primer poema publicado de Andrés Alén, incluido en el libro “A la vera de la Cruz”, que hoy presentamos en el aula Unamuno de la Universidad, de la mano de Antonio Sánchez Zamarreño, no me ha sorprendido esa parte de su exposición “P. Trasluz”. Las trasparencias débilmente insinúan versos inacabados, sugerentes poemas indescifrables, que pululan habitando vaporosas estancias de una paz incontenible. Paz que Alén sigue buscando, con el temblor de la impaciencia, en los densos entornos de un espíritu abierto a otras aventuras.
Etéreamente una rima de color suave nos deja intuir que aún queda alejado el remanso lugar del sosiego, mientras el corazón limpio de este inmenso artista necesite desnudarnos con verdad el pulcro recorrido del sueño más increíble.

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