20 de septiembre de 2006

LA GRAN VÍA

J.M. Ferreira Cunquero


Es como si se quisieran meter por la ventana esos picos montañosos que simulan hincar en el cielo la voz furiosa del Cantábrico. La pradera interminable parece desplomar sus verdes llenos de contrastes al vacío, mientras insiste misteriosa una paz intocable en borrarme del recuerdo un reciente costalazo en las Batuecas, que ha servido para hacerme ver que uno ya no está para meterse en absurdas niñerías.
De repente me acuerdo de la Gran Vía. Imagino las noches que le habrá robado el sueño al señor concejal de tráfico, hasta llegar a la teórica conclusión de que los autos, si se alinean en el mismo sentido, van a solucionar el caos que en Salamanca, desde hace mucho tiempo, forma parte de un tipismo propio del lugar donde el coche es un complemento inseparable del paseo diario. Vamos…, que el automóvil no lo metemos en la cama porque no cabe, que si no, ya veríamos si el mercedes del vecino del cuarto iba a quedarse tan solito en el garaje cuando caen las heladas por enero.
Ante esta propuesta del osado edil, uno en principio, sin tener idea del asunto, no olvida que los concejales que precedieron en tan complicado sillón a nuestro protagonista, no demostraron gran cosa en esto de desliarnos la gran montonera de cacharros humeantes, cuando en hora punta se tornan en insufrible vara que nos mide la paciencia. Mucho más en este tiempo que vivimos inmersos en explosiones económicas que, según el ministro paisano, son las que realmente amamantan casi todas las problemáticas sociales.
Pero volviendo a la Gran Vía, deberemos esperar, por otro lado, que no se culpe a la Moncloa si el anunciado cambio termina en desastre, ni le colguemos medalla alguna a Zapatero si de repente nos damos cuenta que don Salvador nos ha resuelto el desaguisado automovilístico de Salamanca.
Desde luego si la cosa sale bien, habrá que montar una plataforma del palmeo para jalear tan ocurrente disposición. Pero casi me da apuro dejar constancia escrita de todo lo que se me ocurre, si al embotellamiento le da por rezumar el tarro de las tonterías y los ciudadanos empiezan a darse cuenta de que su opinión en esta ciudad no sirve, desde hace muchísimo tiempo, absolutamente para nada. Porque claro, esto de experimentar con la pasta del vecino de enfrente, como que empieza a ser cansino. Mucho más lo es este empeño en empapelar el chigre continuamente para dar la impresión de que inauguramos de nuevo cualquier otra movida.
Digo yo, si no habría sido más razonable que, antes de rayar el suelo, modificar semáforos y marear el loro, hubiésemos probado unos días, auxiliados por un voluntariado de conductores con ganas de dar vueltas a la noria callejera, para matizar con la realidad sobre la marcha el posible resultado.
Porque, si después la cosa no funciona, tendremos que hacer algo más que preguntarnos insistentemente quién nos resarce de tanto gasto sin sentido.
Pero me huele, amigo lector, que estando tan próxima la cita electoral, el señor Lanzarote, por mucho que confíe en la rememoración de la gran cruzada de nuestro glorioso archivo, no iba a permitir que una calle mal encauzada pudiera joderle la fiesta. Vamos…, sería increíble que, oliendo ya a elecciones el vecindario, se permitiese nuestro alcalde el lujo de que un concejal, con lo mayorcitos que vamos siendo, se pusiera a jugar a estas alturas con nosotros a los coches…

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