Revisando archivos y carpetas empolvadas en todo tipo de recuerdos, aparece esta joya impresa, confeccionada por aquel poeta y amigo de tantas cosas que fue mi recordado Félix Grande. Una joya, porque entre los poetas participantes se encuentran algunos de los maestros que más quiero y admiro de la poesía salmantina. Una joya, porque participar en un recital al lado de quienes eran genios de la creación literaria más representativa de aquel momento, ha vuelto a despertar una satisfacción indescriptible.
En aquel recital, todos ensalzamos la figura de Bécquer, todos menos Aníbal. Cuando tomó la palabra, mirando al suelo, vino a decir que él participaba porque no se podía negar a algo que fuese organizado por Félix, pero que Gustavo Adolfo, era un poeta que no le interesaba en absoluto. Después de una forma valiente, argumentó aquella afirmación que nos dejó a todos un poco descolocados.
Aquella noche Aníbal me dijo algo que a Félix le sirvió para aumentar su imparable entusiasmo poético: Félix, es el último bohemio que le queda a la poesía en Salamanca. Nadie como él, puede tener la libertad de vivir solo para escribir versos...
Creo que aquella tarde en el Ateneo, más o menos mi intervención pudo ser esta, pues sobre Bécquer no podría decir algo distinto:
Gustavo Adolfo, es para mí, el inicio del todo, un ángel que a mis 9 años apareció gracias a un maestro que, como deberes de un verano, me obligó a leer y escribir sobre sus leyendas. Me aconsejó que no leyese las rimas, para no trastocar lo que él buscaba, que no era otra cosa que apartarme de los tebeos.
Debajo de la higuera que teníamos en la casa del Barrio de la Vega, descubrí la vida de los libros, invadido por un terror inenarrable, cuando Maese Pérez el Organista, el Monte de las Ánimas y las otras leyendas, mordieron mi corazón en la soledad de la noche.
La magia se produjo cuando desobedeciendo las órdenes de don Ricardo, comencé a leer las rimas sintiendo como un susurro extraño me llevaba a juntar palabras en el cuaderno, con la intención de describir con música lo que veían mis ojos…aquel momento de la infancia sigue vivo y con él ese libro de la memoria, donde Gustavo se convirtió en el maestro del rito sagrado de la escritura, para este humilde campesino de versos.
26.05.20
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