Algún día contaré con
exactitud como se plantó la raíz fundacional de la Hermandad del Cristo del
Amor y de la Paz. Eso solo lo saben, mi hermano, la familia más cercana y un amigo
que sabe guardar como nadie mi gran secreto.
Esa pequeña historia que está reservada
con celo en lo más dentro de la memoria, no quita ni un ápice de protagonismo
al que fue único fundador de la Hermandad arrabaleña, Ángel Ferreira
Almohalla.
Espero que en la celebración de el gran acontecimiento del medio
siglo de existencia, Ángel, sea reconocido como se merece. Él y aquel párroco que
fue mi gran amigo hasta el final de sus días, D. Rafael Sánchez Pascual. Ambos
deben ser inolvidables para esta Hermandad que en dos o tres meses se puso en
la calle después de su fundación. Aquellos tiempos fueron únicos, por todo lo
que fuimos capaces de aportar a una Semana Santa agonizante.
La chavalería del
Arrabal, logramos revolucionar aquel momento histórico, único e irrepetible. A
cara descubierta y poniendo en jaque con las escrituras a las fuerzas de
seguridad franquista, fuimos capaces de demostrar que la Palabra, defiende al
hombre como ningún otro código, materia o ley.
Del mismo modo, no
puede quedar fuera de esa efeméride Daniel Herrero Fraile, quien fue capaz de llevar a
base de tesón y entrega, a la Hermandad, al más alto nivel, convirtiéndola
en referencia de la Semana Santa de Salamanca en aquellos años tan complicados.
De ese agradecimiento
permanente, todos los hermanos debemos saber que hubo una cofradía a la que le
debemos una ayuda inestimable. La Seráfica Hermandad,
nos regalaba las flores que llevaba el Cristo de la Agonía. Varios hermanos
salimos en aquella procesión del atardecer del Jueves Santo, con la excepcional
imagen que preside el altar de la iglesia de los capuchinos. Como recuerdo a
Bernardo García San José y a la familia Moneo, guardando las flores para
nosotros. Después de terminar aquella procesión menguada de cofrades en la que
participamos, con el brazado de claveles cruzábamos el río ilusionados, porque el
Señor de los Arrabales podía llevar un adorno floral. Tiempos inolvidables que
nos hacen revivir la historia sencilla de una Hermandad que en su primera época
supo comprometerse con un espíritu cristiano que dejó su huella en los barrios
tras tormesinos.
“Regreso
de este Cristo del Amor y de la Paz por esa Rivera del Puente, que se trasforma
en descomunal contexto de propuestas espaciales, que aúnan estéticas estructuras,
cuando caprichosos vientos, que rondan la llamada del río, soplan sobre las blanquecinas
túnicas cual si fueran pinceles que esbozan soberbios encuadres, que inciensan
el lienzo de la doliente anochecida.
Silencioso,
monacal
quedamente está en
sigilo
como queriendo escuchar
las voces de su ciudad
diciéndole ¡Cristo mío!”
(Fragmento
de mi Pregón de la Semana Santa del año 2015, pronunciado en el Teatro Liceo,
ante la imagen del Cristo del Amor y de la Paz)
Porque
es Jueves Santo y el Tormes no podrá reflejar sobre sus aguas el paso del Señor.
Porque es Jueves Santo y mis hermanos metidos en tristeza soñarán son su sombra
mezclada en los viejos oros de la ciudad eterna. Porque es Jueves Santo y la
oración monacal surgirá en este anochecer extraño desde el corazón hogareño.
Porque es Jueves Santo y la luna prendida en el cielo no podrá coronar al Señor
de los Arrabales, me brota el abrazo para mis hermanos y para quienes hoy
tienen la responsabilidad de llevar las riendas de nuestra Hermandad. Para todos,
eso, fuerte y fraternal el abrazo más grande que pueda darse.
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