El otro día, como no tenía nada que hacer, la Seguridad Social
me organizó la mañana, dándome un curso intenso sobre metodología de la
paciencia, y asimilación de cómo pueden perderse las horas absurdamente mirando
una puerta o esperando a que en un altavoz suene medio gangoso tu nombre.
La sala parecía un auténtico aparcadero de gente mayor que, por tener
tratamientos para sus enfermedades crónicas, han de ir cada cuatro días a que
les recete el médico esos nutridos cócteles de cápsulas con todo tipo de
colorines medicamentosos. Vamos, que como los jubilados tienen que hacer poca
cosa, pues los concentran en estos
lugares, donde se les mentaliza, a las primeras de cambio, a que deben
pertenecer al club de las salas de
espera, donde serán reconocidos como auténticos héroes del embrollo sanitario. No entiendo cómo toda esa
gente, que tiene que tomar los mismos medicamentos durante toda la vida, no se
revela organizándose hasta erradicar esa tomadura de pelo que, a parte de
robarles tantas horas sin sentido, les expone a un posible contagio que puede
joderles aún más su precaria salud.
Por otro lado reconozco la dificultad de los médicos que deben, cronómetro
en mano, asimilar en segundos la novelesca historia de muchos pacientes, sin
olvidarse de estar al loro para que los susodichos no se coman los minutos
asignados al relatar sus desventuras. Procesar en el coco, buscando mentalmente
en el vademécum algo que si no cura por lo menos no mate, debe ser toda una hazaña
para quien tenga el empeño de ejercitar la medicina seriamente. Este sistema no
permite ni la tranquilidad ni el tiempo necesario, para poder sanar con la
palabra, como lo hacían aquellos médicos, que antaño eran una prolongación de
la familia.
El patio sanitario de esta época está sosteniéndose sobre una
organización lamentable, que da la impresión de tener escasita la mollera para
dirigir esas mastodónticas ciudades hospitalarias, donde uno debe resignarse,
por tradición, a ser demolido en la maquinaria absurda que, por dejadez y falta
de tacto, fabrica como churros la impotencia.
Posiblemente, si esta sociedad fuese más combativa a la hora de exigir
lo que le pertenece, algunos servicios públicos sufrirían la necesaria
metamorfosis que debe adecuarlos a estos tiempos de los avances técnicos más
asombrosos.
Sólo hace falta que nos demos una vuelta por las consultas hospitalarias,
pidamos una cita, o acudamos a urgencias en día no coincidente con un partido
de fútbol importante, para darnos cuenta del intolerable desaguisado que
pagamos con el precioso precio de nuestro tiempo. Tener que soportar ese
disparate organizativo debe ser una tortura para quienes, por desgracia, han de
acudir continuamente a buscar remedio para el achaque crónico.
Por ello es alentador saber que ese grupo de gente maravillosa,
relacionada con la especialidad de oncología, ha sido valorada por sus
desvelos, cosa que seguramente debería ocurrir con otras ramas o departamentos de
la medicina, que diariamente se sobreponen, con su arrojo personal, a todo tipo
de deficiencias estructurales.
No hay que ser muy avispado para darse cuenta de la falta de personal
que sufren los hospitales, ni cómo las aglomeraciones, en los centros de salud,
rebasan una normalidad precisa para recibir el trato que esta sociedad merece.
De momento alguien debe hacer posible ya que las recetas no salgan con
cuenta- gotas de las consultas. Los ancianos necesitan, en este asunto, sin
duda, un trato más digno…
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca...19.10.06 (¿sigue siendo actuaL? )
De rabiosa actualidad, hermano
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