J.
M. Ferreira Cunquero
Hace
años comencé a escuchar la interesante historia de una mujer castiza que fue
toda una institución en Martín de Yeltes. La casa de la tía Regina era un lugar
emblemático, donde se citaba la gente que tenía una relación directa con el
mundo del toro. Aquella mujer, según cuentan los que la conocieron, tenía la
virtud de irradiar una fuerza que acomodaba, enganchando a quienes tuvieron la
bendita ocasión de escuchar su palabra. Por aquellos años difíciles de la
posguerra, donde la escasez era mitigada a base de ingenio y estoicismo, Regina
recogió en su casa a una niña huérfana, buscando posiblemente a parte de
tranquilizar su conciencia humanitaria, una ayuda en sus innumerables tareas.
Sisa, creció al lado de Regina, siendo un valioso apoyo en todos los sentidos.
Quienes conocieron a aquella cría incansable y tan hacendosa, afirman que fue
un complemento único para la tía Regina.
Unido
a esta historia, comencé a escuchar el nombre de un torero de la época, que se
menciona con sumo cariño cuando se repasan las peculiares fotos familiares.
Siempre reaparece Jumillano en esas conversaciones que surgen para hilar, desde
el recuerdo, una parte fundamental de la historia que, sobre aquellos años,
aparece de forma continua en las sobremesas, cuando se menciona a Regina y a
nuestra querida tía Sisa. Hemos manoseado muchas veces con devoción una postal
antigua, que tiene bordados de hilo amarillento sobre el traje de luces de
Jumillano. Tal reliquia fotográfica me despertó un interés especial, por conocer
las andanzas del que era entonces para mí un desconocido. Al saber más tarde
que Jumillano fue un matador de corte serio, que abrió puertas como la de Madrid y que sus
éxitos son mencionados en la historia de la tauromaquia española con el rigor
de la crítica seria, lo inscribí entre los maestros salmantinos que todos
llevamos como cosa nuestra, guardados en el mejor lugar de nuestro sanísimo orgullo
provinciano.
Lo
curioso fue ver llegar a la
Plaza de Ledesma, , aquel espectacular coche, que parecía
haber salido de la película del Hollywood más señorial de los años grandes del
cine. Cuando me enteré que el propietario de aquel automóvil era el maestro
Jumillano, como no podía ser de otra forma, me faltó tiempo para presentarme,
rescatando del recuerdo esas vivencias, que vienen atadas a la familia de mi
mujer desde siempre. Cuando le mencioné a la tía Regina y a nuestra
Sisa, tuve la impresión de que el torero se emocionaba mostrándonos ese lado
íntimo que, a duras penas, cuesta reservarse cuando uno desnuda el sentimiento
con sinceridad.
Lo
que más me agradó de Jumillano, en ese esporádico encuentro, fue descubrir un
empaque de seriedad torera y una educación exquisita, que viene a refutar ese
condicionante cultural que se presume como algo innato en los grandes matadores
de toros. Se palpa su elegancia de maestro histórico, como parte inseparable de
una personalidad que deja esa impresión de señorío, previsible en quienes han hallado
en el mundo del toro una forma natural de expresarse artísticamente.
Nos
hicimos unas fotos y nos despedimos de él, con la sensación de haber rellenado
el hueco que nos faltaba cuando, refiriéndonos a Regina y Sisa, Jumillano
ocupaba un preferente lugar en el recuerdo de aquellos importantísimos matadores
que pasaron por la casa de la
tía Regina, en Martín de Yeltes durante los difíciles años de
la posguerra.
Publicado en El Adelanto hace algún tiempo
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