22 de enero de 2015

¿Cultura?, ¿qué cultura?




 
J. M. Ferreira Cunquero


         En tertulias radiofónicas o en entrevistas grandilocuentes del marujeo, podemos escuchar a personajes que tratan de descifrarnos galimatías insulsos, buscando sacar del botellón de la bobada ocurrentes opiniones sin sentido.

         Se trata en muchas ocasiones de sembrar la cebada en el agradecido terruño de la política, donde la flauta puede sonar a veces si logras que te incluyan, como huésped del cotarro, en el chiringuito de los afines. Cuando lo importante es mamar de la teta del momio, es preciso poner a mojar el pan en el agua, por si de repente nos llegan los invitados y tenemos que repartir la sopa.

         Todas estas cuestiones hogareñas de lo público alcanzan su cenit cuando aparece la cultura por medio. Tan manida palabra, con su importantísimo significado, anda por ahí sonando de cualquier manera en bocas que suelen delatar un ansia por meterse como sea en las pasarelas  del éxito y las florituras.

         Cierto es que, esa parte de la cultura que no deja de tener su importancia, aunque algunos la menosprecien por representar el excelso mundo del espectáculo, en Salamanca está resplandeciendo como en muy pocos lugares. Sólo hemos de observar la programación de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura para convencernos de que algo está funcionando, como debe ser, por fin, en esta ciudad.

         No reconocer que ahora mismo Salamanca se mueve en torno a propuestas interesantes, desde una programación continua y pluralista, es irse a vivir a otro planeta para no valorar lo que se está haciendo, de forma bastamente acertada, al lado de esa sombra que, por brotar de nuestras históricas piedras, nos ha venido rellenando la fofa fanfarria culturalista desde tiempos inmemoriales.        

         Otra cosa es que queramos hablar de descentralizaciones de la cosa cultural hacia los barrios y de toda esa gama izquierdosa populera, que de vez en cuando se rescata, con retoques ambientales, de batallitas revolucionarias de larga sobremesa. En esto depende de donde surja el vocerío para que el festejo se intente montar de una u otra forma.

         La cultura, en letras inmensas, sin trampa y acogiendo todo lo que se ampara bajo su nombre, -dejémonos de bagatelas- es un asunto que debería ser  tratado como merece dentro de las leyes educativas. Formar, inculcando la necesidad de acercarse a los libros en los escolares, debería ser uno de los puntos vitales para llegar a componer un cesto cultural del que todos, absolutamente todos nos sintiésemos complacidos y orgullosos. Esos deberían ser los cimientos que soportasen un edificio social capacitado, para demandar seriamente con exigencia, por sí mismo, otras formas y estructuras culturales diferentes a éstas que, aunque sustenten su mérito en encomiables esfuerzos particulares,  existen muchas veces para programar, cuando llega la fiesta del santo, una sardinada con sangría, alguna excursión y cuatro verbenas. Y ojo…, que esto también es un hecho lúdico cultural importante. Pero un servidor, cuando habla de cultura, intenta referirse a algo más amplio que pueda acoger cualquier aspecto que suscitase, desde la necesidad de seguir creciendo como individuos, un  interés más generalizado entre la ciudadanía.

La cultura de diseño, cuando busca ser popular (como se reivindicaba en los setenta) descubrí hace tiempo que, por llevar un olor demasiado fuerte a despacho, se trasforma en vacuna contra las bacterias políticas que anhelan alzar su frente,  gracias a estas movidas seudo culturales que, en la realidad, luego, suelen tener trato de auténtico pestiño en las espesas estancias de las administraciones públicas.

Habrá que citar otro día las artificiosas asociaciones de todo tipo que, moviéndose bajo el amplio paraguas cultural, consiguen acogerse al reparto injusto de la municipal pasta común. Pero eso…, otro día. 

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