J. M. Ferreira Cunquero
Este artículo lo publiqué en El Adelanto de Salamanca el 31.12.2009. Parece mentira que haya cambiado los años y siga tan actual como entonces.
Tengo el presentimiento de que
esta Noche Vieja va a ser extraña.
Al precio que están las uvas me
he propuesto acompañar las campanadas con suspiros y maldiciones contra este
puñetero 2014, que por fin se va al carajo. Y es que la flagelación que hemos
sufrido con esta añada calamitosa ha sido tan letal, que un servidor, no lo
duden, danzará con gran complacencia a medida que vaya retorciéndose, agonizante
en sus últimos segundos, el periodo anual referido. ¡Que se vaya con viento
fresco a las bodegas de la historia, donde se pudren las amargas páginas que con
sumo deseo bañamos de olvido! Vamos… que ya he propuesto celebrar esta
defunción saltándome las normas tradicionales, que desde siempre obligan a que
abramos el cava después del empacho frutícola que nos escoña el gaznate con los
indigestos hollejos. Con cada campanada quiero expresar sin reservas todo el
gozo que me quepa en el zurrón, al ir sintiendo que tan calamitoso 2014 se
desvanece en la miseria avergonzado.
El sentido común me obliga a que
la parafernalia prevista para este anochecer sufra las modificaciones pertinentes
que contravengan la costumbre. El único problema es que intuyo que a cada golpe
de reloj irá creciendo el acojono. Y es que miedo me da sentir cómo se aproxima
la inauguración del nuevo año, al que recibiré huyendo, por si las moscas, de
cualquier vana alegría.
Lo de comprar esperanza, chocando
copas de evasión ante la realidad que nos apabulla, lo dejo para los inexpertos
o bondadosos creyentes de las monsergas políticas, que por obligado
cumplimiento han de acatar las normas del mamoneo que reparte las viciadas fortunas
entre tanto incompetente.
No hace falta ser meteorólogo
para predecir, con intención objetiva, que los nubarrones económicos seguirán
llegando durante las próximas mensualidades para tocarnos las narices, mientras
pierde fuelle el itinerante carromato que malogra, a causa de la realidad,
nuestra paciencia.
Se vislumbra más de lo mismo: atracón
de incongruencias y derroche de cohetes artificiosos, que explotarán entre
colorines ansiando arropar el déficit de iniciativas que padecemos. Eso sí, la
fiesta y las superficiales ofrendas de ilusión insistirán en que bailemos de
alegría como método seguro para seguir vendiéndonos el maravilloso paquete de
chascarrillos ilusionantes.
El problema para los grandes portavoces
de fofas letanías es que el belén de la realidad tiene tal saturación de
pastores en paro, que no es difícil suponer que la tragedia se nos pueda meter cualquier
día en nuestros blindados corrales. Aquí corre riesgo hasta el que disfruta de
una tranquilidad garantizada por solventes escrituras del pasado, pues no hay correveidile
político alguno que garantice una apostólica intangibilidad mirándonos a los
ojos. Menos mal que las ovejas no se espantan, montando el cabreo que podría encender
el cirio que alumbrase de otra forma las pacíficas estancias de la amuermada sociedad
de este tiempo; y menos mal que, quienes están viviendo este drama laboral, no
se organizan lejos de las formaciones sindicales insolventes para montar la bulla
que se merecen los auténticos culpables de esta crisis.
El año que comienza, aunque nos
pondrá sobre la mesa de las desilusiones el mismo gazpacho insulso de proyectos,
desnudará con más certeza el panorama político partidista que sólo existe para
soñar con la silueta del poder.
Ya lo vemos. Los políticos se han
situado en el podio del rechazo popular. Y es que mientras el PP derrapa por la
cuesta de sus errores, el PSOE se emplea a fondo con el látigo crítico sin
aportar nada.
Aquí lo trascendente es defender
o conquistar, según el caso, las preciadas atalayas de la Moncloa. Lo demás es otra
historia.
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