¿MIEDO A LOS MUERTOS?
J. M. Ferreira Cunquero
*Taboleta Jerónimo Prieto- |
Bajo
el enorme pote que calentaba las hojas del negrillo para los puercos, la lumbre
conformaba fantasmagóricas sombras que se movían mágicamente por la pared, contribuyendo
a decorar el miedo en aquel día de difuntos.
A media
noche tañeron las campanas estremecedores sonidos que bajaban por la enorme
chimenea y las voces de los mozos nos hicieron suponer a los quintos penetrando
en el cementerio para demostrar su valentía.
Era
noche de difuntos y por tal causa rezábamos por los seres queridos, antes de
comenzar los más viejos a contar las historias que vienen desde siempre recobrando
por tradición el miedo. El aguardiente da ese aplomo necesario para resistir el
insondable terror que suele aparecer cuando se habla con tanta ligereza del más
allá.
El
ti Gabriel nos decía que, mientras escachábamos aquellas nueces al calor de la
lumbre, la Santa Compaña estaría recorriendo los caminos que
buscan, en los bosques de la sierra más cuajados, el hondo corazón de los
silencios. Nos decía que vagan ocultas las almas en pena, vistiendo blancos
sudarios, tras un hombre vivo que es guía, portador de la cruz y del cuenco del
agua bendita, necesaria para llevar a buen fin tan macabro peregrinaje nocturno.
Su misión es conducir, sin volver la vista atrás, la procesión de las ánimas,
hasta que otro ser humano le releve de la misión escalofriante de tener que llevar
a los muertos regresados a ser sombra entre las sombras de la noche. El ti Gabriel era
uno de los ancianos más entendidos en estas espeluznantes cosas del otro mundo,
y por él supimos que sólo pueden salvarse de ser guía de la silenciosa
procesión de los difuntos, los que conozcan las secretas invocaciones, que pueden
salvar de tan umbrosa obligación. Quien ha llevado la cruz de ánimas, no podrá
nunca recordarlo pues, al alba misteriosamente, una mágica neblina borra del
recuerdo estas vivencias.
El
viejo, mirándonos de reojo a los entonces niños, nos decía que hasta los lobos,
asustados por estas visiones misteriosas, huyen más allá del horizonte, para
salirse en ese anochecer, con otras alimañas, de la vida.
De
los viejos escalones de madera brotaban crujidos alargados, que golpeaban
espantosamente en las puertas del silencio, mientras los candiles de aceite
dibujaban, al subir hacia el “sobrao” para dormirnos, nuestras largas siluetas
tenebrosas.
Al
preguntarle al ti Gabriel cuando se despedía de nosotros con un beso, si él
había visto la Santa
Compaña alguna vez, miró hacia el ventanuco que enmarcaba el
campanario de la iglesia, y como perdido tras los cristales nos dejó enganchada
del recuerdo para siempre aquella duda.
Lo
más terrible de la noche comenzó para nosotros en aquel momento en que la luz
del candil se iba alejando, y el crujir de la escalera nos hizo suponer que era
un quejido que rítmicamente repetía nuestro nombre. Junto a mi primo sentí que
los dientes incontroladamente castañeaban y que un charco de sudor nos
humedecía los costados, mientras el viento más traidor golpeaba insistente en
las pizarras con sonoros silbidos que venían desde ultratumba a por nosotros.
Cuando
le contamos al ti Gabriel aquella angustia que pasamos mirando la puerta de la
habitación toda la noche, le brotó una estruendosa carcajada mientras nos
decía:
-La Santa Compaña, rapaces,
quien la ve no la
recuerda. Ya aprenderéis que el miedo sólo brota de la maldad
de los vivos, porque los muertos, los muertos… muertos están…
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca hace....años
* Taboleta Jerónimo Prieto. Propiedad Hermandad Cristo del Amor y de la Paz.
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