1 de noviembre de 2014

¿MIEDO A LOS MUERTOS?



¿MIEDO A LOS MUERTOS?

J. M. Ferreira Cunquero


*Taboleta Jerónimo Prieto-
Bajo el enorme pote que calentaba las hojas del negrillo para los puercos, la lumbre conformaba fantasmagóricas sombras que se movían mágicamente por la pared, contribuyendo a decorar el miedo en aquel día de difuntos.
A media noche tañeron las campanas estremecedores sonidos que bajaban por la enorme chimenea y las voces de los mozos nos hicieron suponer a los quintos penetrando en el cementerio para demostrar su valentía.
Era noche de difuntos y por tal causa rezábamos por los seres queridos, antes de comenzar los más viejos a contar las historias que vienen desde siempre recobrando por tradición el miedo. El aguardiente da ese aplomo necesario para resistir el insondable terror que suele aparecer cuando se habla con tanta ligereza del más allá. 
El ti Gabriel nos decía que, mientras escachábamos aquellas nueces al calor de la lumbre, la Santa Compaña estaría recorriendo los caminos que buscan, en los bosques de la sierra más cuajados, el hondo corazón de los silencios. Nos decía que vagan ocultas las almas en pena, vistiendo blancos sudarios, tras un hombre vivo que es guía, portador de la cruz y del cuenco del agua bendita, necesaria para llevar a buen fin tan macabro peregrinaje nocturno. Su misión es conducir, sin volver la vista atrás, la procesión de las ánimas, hasta que otro ser humano le releve de la misión escalofriante de tener que llevar a los muertos regresados a ser sombra entre las sombras de la noche. El ti Gabriel era uno de los ancianos más entendidos en estas espeluznantes cosas del otro mundo, y por él supimos que sólo pueden salvarse de ser guía de la silenciosa procesión de los difuntos, los que conozcan las secretas invocaciones, que pueden salvar de tan umbrosa obligación. Quien ha llevado la cruz de ánimas, no podrá nunca recordarlo pues, al alba misteriosamente, una mágica neblina borra del recuerdo estas vivencias.
El viejo, mirándonos de reojo a los entonces niños, nos decía que hasta los lobos, asustados por estas visiones misteriosas, huyen más allá del horizonte, para salirse en ese anochecer, con otras alimañas, de la vida.
De los viejos escalones de madera brotaban crujidos alargados, que golpeaban espantosamente en las puertas del silencio, mientras los candiles de aceite dibujaban, al subir hacia el “sobrao” para dormirnos, nuestras largas siluetas tenebrosas.
Al preguntarle al ti Gabriel cuando se despedía de nosotros con un beso, si él había visto la Santa Compaña alguna vez, miró hacia el ventanuco que enmarcaba el campanario de la iglesia, y como perdido tras los cristales nos dejó enganchada del recuerdo para siempre aquella duda.
Lo más terrible de la noche comenzó para nosotros en aquel momento en que la luz del candil se iba alejando, y el crujir de la escalera nos hizo suponer que era un quejido que rítmicamente repetía nuestro nombre. Junto a mi primo sentí que los dientes incontroladamente castañeaban y que un charco de sudor nos humedecía los costados, mientras el viento más traidor golpeaba insistente en las pizarras con sonoros silbidos que venían desde ultratumba a por nosotros.
Cuando le contamos al ti Gabriel aquella angustia que pasamos mirando la puerta de la habitación toda la noche, le brotó una estruendosa carcajada mientras nos decía:
-La Santa Compaña, rapaces, quien la ve no la recuerda. Ya aprenderéis que el miedo sólo brota de la maldad de los vivos, porque los muertos, los muertos… muertos están…
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca hace....años 
* Taboleta Jerónimo Prieto. Propiedad Hermandad Cristo del Amor y de la Paz.

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