J. M. Ferreira
Cunquero
Maldito sea el tal Pilatos, que sigue introduciendo
en agua las pezuñas de la indiferencia para ser el gran hijo de Satanás, que envía
al cadalso a miles, -qué digo- millones de seres inocentes.
Hombres, que cada día, de cada año, se
convierten en perpetua hilera de cofrades que en bendita procesión,
(menesterosos de la mala suerte) van escribiendo el fin de sus pobres días.
Afán carpintero de los emperadores, que
mueven el tinglado económico que construye con tanto esmero la cruz; símbolo de
muerte alzado sobre nuestras conciencias adormecidas, insensibles ante el olor
a miseria y podredumbre que brota de ese gentío torturado en masa como señal
indolente de este tiempo amanerado por la injusticia.
Emperadores obcecados en el gran juego
del dólar y el euro, que va cercando por muchos lugares del planeta la
esperanza y la vida; escenario de subastas que mueven, en los siniestros
mercados del dinero, la suerte o la desgracia del hombre y sus libertades.
Da igual que en primera fila, frente a
un televisor de plasma último modelo, veamos nuestra propia tragedia. Algo nos
impide reaccionar ante ese invento de guerras y masacres, mientras cae sobre
nuestra dignidad una losa que mide en dosis de amor o desamor lo que somos.
Ahí tenemos la Siria olvidada, como lo
fue Irak, Vietnam, el Congo y todo el etcétera de países que sirvieron y sirven
para camuflar las armas, la droga y toda la materia prima que sigue engordando
los orondos vientres que reinan en el primero de los mundos, mientras los
autóctonos hijos de la desdicha se retuercen de asco en su propia tierra.
El Cristo asediado por el hambre regresa
cada segundo al patíbulo de la indecencia, que al uso se alza cerca de un
inmenso huerto de los olivos abominable, donde emana un misterioso hedor a ingratitud
y genocidio; Cristo dócil, ajusticiado por haber nacido en las ratoneras
mundiales, donde la esclavitud y el abuso de poder son norma para quienes manejan
y manipulan a los seres humanos como si fueran basura sobrante del consumo
indecente que todo lo agita.
Madres dolorosas de las esquinas del planeta,
donde se alza el calvario de la injuria, sobre el que penden colgados los hijos
del tiempo para ejemplarizar, por medio del terror, a tantos y tantos hermanos
que han de dar lo que tienen por nada.
Semana Santa de la tierra imbécil, que
acoge el genocidio diseñado por los herodes
deshumanizados de esta época maldita que da palos de ciego, por este rincón
prepotente donde nosotros otorgamos en silencio lo que ocurre (apenas hay
distancia) casi a nuestro lado.
Jueves Santo del dolor, del inmenso
dolor que aúna en la soledad del tiempo tanta sinrazón, mientras El Cordero
pende de la cruz que tallara el odio para vergüenza de la raza humana, que
marca a fuego su desmemoria.
Fraternal Jueves, que hinca en nuestro
pecho la gran pregunta del amor y el compromiso, mientras ejemplares hombres y
mujeres de la gran Iglesia del Señor, por toda la tierra dan lo que tienen,
haciendo vivo el mensaje, el crucial mensaje que brota de la Palabra para ser guía
y vida del hombre que sólo pudo nacer para amar.
Y al atardecer, cuando el Tormes,
mansamente, siga acogiendo en sus aguas la frente tallada de piedra que en esta
ciudad, es vigía de cielos e historia, como una espiga de verdad, blandirá su
talle de amor, en hombros cofrades, el Cristo. Los arrabales del mundo tornarán
en esperanza su pena y en la voz gitana, que pobló los aledaños de la vega
tormesina, rasgada, la saeta enhebrará como una oración el grito… El Cristo del
Amor y de la Paz, Señor de las márgenes del Tormes, penetrará en la urbe, al
anochecer, como una promesa…
Publicado en:
http://salamancartvaldia.es/not/42460/crucificados-del-mundo-y-del-tiempo/
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