J. M. Ferreira Cunquero
SÍ,
son unos hijos de puta (pese a toda la santidad demostrada por sus pacientes y
pobres madres) porque viven para joder al prójimo, en cualquier esquina donde
huela de repente a pasta.
Hijos
de puta por haber estafado a los abuelos de este país con las preferentes,
desde una posición de amiguismo bancario, donde ejercen los chupatintas de
escritorio con cara de lelo. Más, mucho más que parásitos viviendo en niebla,
fueron estos controladores de pensiones y ahorrillos de poca monta; fábricas de
amistad engañosa que, a cambio de un vil propósito, vendieron su escasa
honestidad bien detallada cual si fuera un balance anual de beneficios; hijos
de puta por engañar a quienes vuelven a vivir en este país, como lo hicieron
cuando fueron niños, la inocencia.
Hijos
de puta, sí, toda esa sarta de tipejos hipócritas y asquerosos que se rompen el
pechamen ante Dios en las iglesias,
mientras estafan a sus cuatro empleados, escatimándoles vacaciones y descansos
o racaneándoles las cuatro perras de unas nóminas escandalosas por su mínima
cuantía.
Hijos
de puta todos los demás que, al lado de estos, hacen firmar a los curritos
cantidades que no reciben, para acomodar su conciencia en la ley de tantas
leyes que, por injusta, solo es ley de fuertes y poderosos trafulleros.
Hijos
de puta son esos mangantes que lloriquean ante la bandera española como niñas y
cuadrándose ante ella, son auténticos lame culos, que en baúles, indolentes
portan la pasta que engorda (a nuestra costa) en los paraísos fiscales la deuda
de nuestra pobre economía. Estos, si cabe, son hijos de puta con galones y
tararíes de trompetas descarnadas, porque la ruina de este país sobre sus
chepas nos sigue ahogando a quienes creemos que el desastre hay que arreglarlo
como sea entre todos.
Hijos
de puta, los políticos que en manada indecente sacan partido a nuestra costa,
porque seguimos doctorándonos con más soltura cada día, en inocencia; políticos
sin principios, ineficaces y tontos, que por la gracia de un dedo se lo han
montado como buitres; hijos de puta y más que eso, los que elaboraron sobres y
componendas, miserables entre los miserables, que por chupar del bote nos han
jodido, puede ser que para siempre, el invento.
Hijos
de puta los que paralizan la justicia y todos los que, amparándose en ella,
descarrilan por medio del olvido a largo plazo los procesos y, tomándonos por
tontos, aseguran que la ley sigue siendo equitativa.
Hijos
de puta los que gestionan los escándalos para sacarle mantequilla al rollo y
untarnos el pan de los despistes con sus cosas.
Hijos
de puta los que con nuestra pasta construyeron los mastodontes de cemento y a
nuestra costa sacaron pecho en los feriales.
Hijos
de puta, todos, absolutamente todos los que nos han chingado el negocio que
teníamos, de ser medio felices algún rato.
Ahora
toca apretarnos el gaznate con la furia de una crisis, que los mismos de
siempre han inventado, para tocarnos con ganas y a conciencia los cojones.
Mientras tanto los hijos de puta seguirán mamando de la burra, y otros tantos
esperarán su turno hasta que el dedo caprichoso los señale.
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