J. M. Ferreira
Cunquero
Foto: Elena Díaz Santana. |
Comenzaba
mi intervención, en el acto poético sobre INVITACIÓN AL HOMBRE, hace unos días,
en la Sala de la Palabra, recordando con todo mi dolor el que parece ser cierre
definitivo del diario El Adelanto de Salamanca y el de Zamora.
No podía ser de otra forma: en un
ceremonial poético, donde la palabra tiene ataduras de libertad con los
entresijos más profundos que ennoblecen y encumbran al hombre.
Ha muerto El Adelanto. Y lo
intolerable es que no hay funeral, ni podemos dar el pésame a familiares y
allegados, porque el periódico señero en la ciudad del Tormes ha sido envenenado
lentamente hasta ser abducido por el misterioso vampirismo empresarial que
suele joder en estos tiempos todo lo que toca.
Lo que sí nos queda es una
sepultura llena de vida en las hemerotecas, donde felizmente podemos descubrir,
cómo en su periplo glorioso, las grandes firmas de cada momento, en esta ciudad,
dejaron su huella. Un recuerdo vivo que puede demostrarnos que El Adelanto fue
refugio y altavoz de cierta libertad inteligente en los momentos cumbres de la
España silenciosa.
Pero ahora, triste cuestión es
esta de no poder acudir a un sepelio como Dios manda, con misa oficiada por mil
curas y veinte coros de plañideras. Pero el duelo va a ser largo porque no hay sufridos,
ni dolientes protectores representando todo lo que significa El Adelanto en las
puertas de un tanatorio al uso. Aquí no hay más que PRIMOS lejanos y CUÑADÍSIMOS
personajes, a quienes les importó un huevo de asno trotamundos que el periódico
más antiguo de Salamanca (140 tacos tenía el pobre) se fuese a la papelera de
los sueños.
Lo que sí hay al lado del cadáver,
que va secando la tinta ya en sus venas, es mucho dolor en quienes lo han
cuidado con sumo mimo en la UVI de las trastiendas, donde ya el esfuerzo
presumía las agónicas componendas
empresariales de la chapuza, que ahogaban bajo cuerda al finado.
Por ello, mi abrazo fuerte, largo
y con verdad quiere atrapar en su cercanía a todos y cada uno de los que han
hecho posible sacar a la luz un diario que venía oliendo a muerte desde hace meses;
a todos los que con sumo mimo trataron a la criatura mientras eran traicionados
sus contratos de forma alevosa y evidente; a todos los que han estado de este
lado de la barra, en la que otros servían silenciosamente el veneno; y a todos,
gracias, inmensas gracias por haber cuidado mis palabras tal como si hubieran
sido vuestras.
Mi cajón, EL CAJÓN DE LOS RUIDOS,
lo acabo de romper a martillazos con la ira que ha irrumpido al sentirme menos
libre. Y es que con 12 años publiqué mi primer artículo (ya lo he contado
muchas veces) de la mano de Enrique de Sena y siempre he pensado que en la vejez (ya no tan lejana) vería la luz el
último desgarro de esta necesidad que nos hace escribir a cambio de nada a los
locos de la pluma.
Pero ya no será posible. MI CAJÓN
DE LOS RUIDOS ha sido quemado en la hoguera de una rabia incontenible. Todo
porque ha muerto El Adelanto sin que nos hayan dejado presenciar dónde ni cuándo
fueron esparcidas sus cenizas.
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