23 de marzo de 2013

EL MISERERE Y OTROS FONDOS







J. M. Ferreira Cunquero



El Miserere de Doyagüe en el Liceo ha sido, sin duda, uno de los actos más atrayentes y trascendentales que haya podido llevar a cabo la Junta de Cofradías y Hermandades de Salamanca a lo largo de su historia.
Por esto hemos de esperar que tan elocuente tesoro sea repetido cada año hasta que adquiera el lugar que le corresponderle como referencia de nuestra Semana Santa.
Ya digo, un gran acontecimiento que puede contribuir a enriquecer los fondos patrimoniales que, por caer en desuso, fueron olvidados con el transcurrir del tiempo.
Esto me hace recordar esa incompetencia que nos excede a la hora de sentir lo nuestro, como lo hacen sin ir muy lejos, en la vecina Zamora. Mira que es fácil mirar al norte, hacia esa Semana Santa tan rica de matices que nos unen con meridiana claridad, en vez de buscar en el sur lo que aquí nunca podrá tener, por simple identidad, buen acomodo. Y es que lo que no es originario de la tierra, por mucho que movamos el mondongo, no puede calar el melón indispensable del arraigo.
Dicho esto, una vez que una hermandad consigue salir a la calle con el beneplácito del obispo de turno y el del resto de cofradías, la novedad se convierte en derecho y, respetando todos los gustos, disgustos y reticencias, a un servidor le promueve el sentido de aceptación de una realidad, que en Salamanca madura (tengo la impresión) desde siempre en el árbol de nuestros deslices.
La imitación visceral promueve, en algunos sectores muy concretos, la necesidad de esa importación de pasiones que afloran con escenificada verdad en la zona del Guadalquivir.
De todos modos, si a las jerarquías eclesiales esto le importa un carajo y las cofradías de corte ancestral castellano y leonés, por omisión, permiten que lo andaluz pueda molar por nuestras calles, ¿quién soy yo para llevar la contraria a tan incuestionable desvarío?
Mientras tanto, eso sí, imágenes tan hermosas como la del Cristo del Amparo duermen en el más claro de los olvidos…

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