J. M. Ferreira
Cunquero
Me ha sorprendido gratamente el museo
que en Mozarbez albergará la obra del escultor salmantino Severiano Grande
García.
Lo que más me ha llamado la atención es
esa pirámide, que se alza sobre el epicentro museístico, captando la luz que
matizará suavemente los rostros imperecederos, que cobraron vida al sentir el golpe
magistral de quien para mí es uno de los grandes escultores de nuestro tiempo.
Esa forma piramidal que se puede ver
desde la carretera, me ha impresionado, no por la idea, sino porque Severiano
hace ya mucho tiempo, la tenía diseñada como parte inseparable de su obra.
Llegué a ver dibujos y todo el proyecto de una fundación, que ahora se hará por
fin realidad.
Como es mejor no exponer los entresijos
del museo, solamente añado, refiriéndome al mismo, que ha sido integrado de
forma muy conveniente en un entorno que aglomera el terruño rojizo y la
pizarra. La naturaleza virgen, tras las grandiosas cristaleras, como abrazo, acogerá
las esculturas, que sin trampa ni cartón han surgido de la dura materia que
domina como pocos el relevante escultor serrano.
Lo que sí he de resaltar, es que un
edificio de esta envergadura no puede dormirse en los laureles de los tinglados
administrativos, donde se paralizan las intenciones de forma inoportuna. Los
remates que faltan para que el Museo de Grande García abra sus puertas, no
deben sufrir demora alguna y menos cuando la inversión que se ha hecho en el
mismo es más que significativa.
En el recinto espiritual del arte, (sus
estudios) donde Severiano habla con las piedras, he vuelto a percatarme de que,
a medida que pasa el tiempo, el artista regenera la ilusión que nos hace
suponer otros designios.
Las nuevas esculturas del maestro de
Escurial llevan el sello una vez más de quien a golpe de ingenio maneja el
volátil impulso de una ensoñación asombrosa. Y es que la faceta poética de
Severiano Grande (lo podemos ver en su Tormo Rojo) como una mística de
instantes trascendentes, estimula el golpe certero sobre la materia hostil,
hasta que esta es trasformada por el escultor en una realidad artística, que
mueve y fecunda en lo más dentro de nuestros silencios la intocable emoción que
nos devuelve la vida.
Junto a él he vuelto a sentirme en el
Museo del Cairo cuando fui testigo de su pertenencia emocional al ámbito, donde
lo grandioso lleva la huella de una escultura, que se nos antoja parte de un
mundo artístico inverosímil.
Y mientras tanto la película Animal
Piedra, de la que Severiano Grande fue protagonista, está inmersa en los
últimos remates para su estreno. En ella, según me ha llegado algún apunte,
Severiano no solo demuestra su portentoso poderío sobre la dura piedra, sino
que el espíritu del actor ha resurgido en él como perenne vivencia de sus
andanzas teatrales, en sus años mozos, por los pueblos de la Sierra de Francia.
Ahora que acaba de dejarnos su gran
amigo Miguel Ferrer Blanco, no puedo por menos que recordar lo que un día
afirmara tan erudito personaje: Severiano es uno de los grandes diamantes de
la escultura actual, por esto, es intolerable que no haya esculpido
todavía uno de los medallones de la Plaza Mayor.
Pese a esta intolerable injusticia, que
otros doctos amigos reiteran, lo importante es que Severiano Grande García,
tiene mucho que decir, mucho que hacer para que el tiempo testifique, que junto
a él, estamos viviendo una de las mejores etapas, en talla directa, de la
escultura salmantina.
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