15 de diciembre de 2012

EL MISERABLE ABANDONO DE LOS PUEBLOS


J. M. Ferreira Cunquero

 Foto: blogalternativo.com

Los campanarios desde lejos erguidos, con las frentes altivas dominando el paisaje, incitan a penetrar en ese mundo rústico que la tierra castellano leonesa distribuye por sus contornos como algo consustancial a su propia existencia. Pueblos que en la lejanía del horizonte y muchas veces bajo este cielo, padre y señor de Castilla, nos hacen suponer la magia del pincel de los tiempos sobre esos decorados únicos que alimenta como un tesoro esta tierra.
Por esto y por otras razones emotivas y entrañables es por lo que debe dolernos en lo más profundo ese abandono que lentamente ha ido corroyendo al mundo rural. Es conmovedor ver esos pueblos exhalando por el multiforme paisaje castellano la irreversible decadencia que lentamente les hace agonizar, hasta borrarlos incluso del mapa en el más lamentable de los olvidos. Algunos ya son simplemente figuras fantasmagóricas en el horizonte desolado, que se fueron apagando cuando la tierra advirtió sobre su piel de contrastes la ausencia del hombre. Hombre y tierra como simbiosis inseparable del argumento esperanzador que mueve la vida.
        
Pese a todas las discusiones y debates, que sobre este tema se suscitan continuamente tratando de buscar culpabilidades, (sobre todo entre la clase política) creo que nadie tiene responsabilidad directa en este trágico destino que perciben muchos pueblos como una metamorfosis crónica que les lleva hacia una irreversible desaparición. Es el propio sistema económico-social que hemos creado, el que va engullendo todos los aspectos o fenómenos que contradicen o presuponen un ataque a esa aspiración prioritaria del consumismo, que nos obliga a vivir bajo el amparo de su red tentadora.
         Cuando la comunicación ha roto definitivamente las distancias y la información es una sugerencia imperativa que nos adecua en los cercos de un mundo idílico que nos atrapa, es difícil  salvarse del modernista abrazo del tiempo. Los jóvenes de nuestros pueblos tienen el mismo derecho a esta aspiración de subirse  en el tren incitador del consumo y la prisa. También por razones de estudio y otras influidos por la parafernalia publicista o el deseo de muchos progenitores de lograr que sus hijos no queden atados a las exigencias del complicado sector agrícola-ganadero, es por lo que en otros casos los jóvenes abandonan el ámbito rural.
Pero claro, una cosa es que la clase política no sea culpable directa en el fondo de la despoblación que sufren los pueblos y otra muy distinta que no se pongan todos los medios precisos para mimar, apoyar y ayudar a quienes todavía luchan desde el entorno familiar con todas sus fuerzas por no huir de los surcos que comparten con ellos la vida desde que nacieron.

Las migajas europeas no bastan para solucionar las diversas problemáticas que padecen los pueblos. Principiando el siglo XXI, los camiones cisterna siguen apagando la sed de muchas poblaciones. La atención médica en diversas zonas es alarmantemente deficiente. La enseñanza o la incomunicación absoluta cuando caen cuatro copos de nieve es otro problema reiteradamente añadido.
Hemos de reconocer en las gentes de estas poblaciones que sufren la decadente situación del abandono a los auténticos héroes de este tiempo. Ayudar a la escasa pensión de autónomo con los productos exprimidos a la tierra con dureza, merece una atención prioritaria en quienes tienen la obligación de que la equidad entre los ciudadanos no sea sólo letra escrita con llamativos luminosos constitucionales. Sobran ya promesas y palabras. La imaginación decisiva de los políticos tiene que reconvertir esta situación lamentable en una vía con futuro, que genere en la escasa juventud del mundo rural la certeza de que es posible disfrutar de los medios precisos que satisfagan las necesidades imprescindibles.  





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