J. M. Ferreira Cunquero
Ahora que empieza este año, que señala como punto de mira en nuestra ciudad a don Miguel de Unamuno, he recordado el homenaje sencillo que hace mil anualidades llevamos a cabo en Salamanca.

Cuando regresé a Salamanca a principios de los años ochenta, intenté llevar a cabo el proyecto que tan buenos resultados nos diese a la movida cultural en una de las ciudades mal llamadas dormitorio de Madrid.
En años consecutivos organizamos tres semanas de la poesía en el centro cívico del Barrio de la Vega y una de las mismas, como no podía ser de otra forma, fue dedicada a la figura de Miguel de Unamuno. Poetas como Aníbal Núñez, Antonio Sánchez Zamarreño, Emilio Rodríguez, Ledesma Criado, Félix Grande, Tomás Hernández Castilla, José Amador Martín, etcétera, recitaron sus versos en el barrio trastormesino con una asistencia de público sorprendente. Aquellas semanas se clausuraban en el teatro de Caja Duero, con llenazos impresionantes, bajo el reclamo de la inolvidable amiga del alma Conchita San Román y el rapsoda del cuadro de actores de Radio Nacional, Joaquín Dicenta. En esos actos entregábamos los premios nacionales de poesía convocados a tal efecto y los cuales fueron a parar a manos de grandes poetas de diferentes puntos del territorio nacional.
Aquel año, en el que don Miguel era el epicentro de nuestras aspiraciones, tuvimos la singular idea de organizar un recital poético ante su tumba. Sobre todo Radio Popular, (dirigida entonces por el poeta Emilio Rodríguez) Orestes Bazo, Ricardo Fernández y José Amador Martín en su programa Rincón de Encuentros, se volcaron con nosotros de forma muy especial.

No tardamos mucho en comprender, cuando llegó aquel coche fúnebre, que estábamos solos, solos como tantas veces se queda, para suerte esencial de lo que es, la poesía. El día anterior había fallecido en Salamanca un personaje muy querido por esta ciudad.
En frente de nosotros solo teníamos a tres o cuatro personas que se identificaron como familiares de don Miguel y que, de forma muy cordial, nos mostraron su agradecimiento por aquella iniciativa.
Ante el nicho del poeta, hice una breve introducción que remarcaba la gratitud que se le debe en esta tierra al insigne maestro de maestros. Después José María Sánchez Terrones nos hizo vivir un momento especial cuando puso en su impresionante torrente de voz los versos de Unamuno. Un arrullo de pájaros entre cipreses ponía de fondo el sentimiento musical que predispone al alma, cuando la emoción nos empuja a seguir creciendo en los aledaños de la creatividad permanente.
Pese a los años, que van diluyendo con parca lentitud la memoria, sigo viendo con frescura el laurel que dejamos sobre su nicho, mientras algo me anima cada vez con más insistencia a repetir aquel acto…
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 6.01.12
Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 6.01.12
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