6 de diciembre de 2009

PATÍBULO DE INOCENTES



J. M. Ferreira Cunquero


Algo tenemos que hacer para concluir con este espectáculo bochornoso y decadente que, amparándose en un falso entretenimiento de masas, disloca los valores mínimos del respeto a la intimidad y a la presunción de inocencia.
Independientemente del pelaje político que vistamos, debemos percibir como una amenaza para todos esta facilidad con la que se filtra cierta clase de noticias, que atentan indignamente contra los derechos personales, y que debería ser cortada de raíz de alguna forma.
En este sentido, la coacción de una ley ejemplarizante es, más que necesaria, imprescindible para arremeter contra toda esta calaña de deslenguados, que dejan caer la pista inductora, como aliciente motivador de divagaciones que promueven falsas alertas sociales de forma constante.
Una cosa es que nos hayamos acostumbrado al fétido olor nauseabundo de esa mierda televisiva, que supervive vomitando las miserias del ruin famoseo del infundio, y otra elevar a noticia de vital trascendencia el bulo interesado, que preña de alarmismo el preocupante vientre de nuestras ansias morbosas.
¿Cómo puede resarcirse ahora al padrastro de Aitana, la niña de Tenerife? ¿Acaso el dinero puede pagar toda la tinta derramada, como puñales de furia desbocada contra un inocente? ¿Qué puede hacerse con quien, saltándose la obligada confidencialidad, ha dado pie, desde un establecimiento sanitario, a que hayamos subido al patíbulo de la casquería social, pateando vilmente su imagen, a quien buscaba ayuda para la pobre niña?
En tres fechas hemos pasado de unos presuntos maltratos, con abuso sexual incluido a una posible negligencia médica, que no admite la justificación del fallo humano, según asegura quien defiende ahora con toda razón los intereses mancillados de Diego Pastrana.
Una vez más, la ruina desoladora que suelen dejar estos tsunamis de opiniones, y toda la comparsa de ecos, entregados a multiplicar la secuela de una noticia bombón para tanto paladar amarillista, se ha transformado en repentina y sincera pesadumbre, apenas el médico forense de turno ha puesto las cosas en su sitio.
Cuando, desde las administraciones públicas, alguien juega peligrosamente con la moral y la vejación que inducen a alinearnos en la masa borreguil, que prejuzga causando daños irreparables a quien es inocente, debe tener muy claro que quien mete el muñón en el aceite paga la juerga. Ya está bien de que el Estado resarza, como ocurre tantas veces, las cuentas de esta gentuza imprudente, que no sabe guardar el decoro que exige su responsabilidad como funcionarios públicos. Si el Estado paga la negligencia o el desliz de los insensatos, la realidad es que nuestro bolsillo es quien se resiente. Por ello es preciso destruir de una puñetera vez las redes corporativas que encubren, de forma asquerosa e interesada, a los compañeretes de la camada funcionarial intocable.
Es de una gravedad absoluta lo que, a simple vista, pueden aparentar estas filtraciones médico-policiales, o las que brotan de ciertos juzgados en el momento oportuno para que le dé el yuyo al pardal en la jaula. El valor democrático que defiende y proclama nuestro derecho personal a la presunción de inocencia sale tocado, cuando los filtros de cualquier poder o estamento deslizan la confidencia o el comentario pertinente hacia el corral, donde de sobra se sabe que, apenas salga el sol, cantará sin esfuerzo el gallo.
¿Cómo es posible que de los juzgados lleguen a los medios de comunicación certeros indicios, de cómo será la morcilla antes de matar la marrana?
Más caricaturesco resulta intuir con desmesurada antelación las decisiones de los altos tribunales, si fijamos nuestra atención en cómo está repartido el huevo de la política interesada, que alumbrará en el nidal el pollo.

Publicado el jueves 3 de diciembre de 2009 en el diario El Adelanto de Salamanca

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