12 de noviembre de 2009

TROVADOR DE ÉPOCA





J. M. Ferreira Cunquero

Cada vez presentimos con más hondura que este trovador de época, que tuvimos la suerte de conocer, pertenece a los oteros salmantinos, donde su voz con arrojada tenacidad nos recita sus últimos versos. Estos que me hace llegar la mujer que existe sólo para amarle, desde la veneración que mantiene viva la llama de su presencia. Pilar fue moldeada por el poeta desde aquel adolescente encuentro, que les unió para siempre en un propósito que perdura indestructible, como parte del más hermoso de los poemas inacabados.
Este nuevo libro de José Ledesma Criado, que brota bajo el título Creo en el mar y en sus orillas, nos deja reconocer una vez más al hombre de la sencillez observadora, que supo paladear la vida con el pulso creativo de una consciente e intensa predisposición a seducirnos con su visión enamorada de los lugares y sus gentes.
Con culminante emotividad y regocijo, el poeta desnuda las horas junto al mar, sin ocultarnos esas pinceladas emocionales, que ya sintetizan en el primer poema del libro su pasión de hombre entregado con verdad a descubrir los sabores de la vida. Él es el personaje que canta llorando ausencia de arenas en ese imaginario y permanente recorrido entre el Tormes y el Mondego. El Tormes como rasgo inseparable de pertenencia vitalista a la Salamanca que huele para él, a insustituible antigüedad en lo más dentro. El Mondego como añoranza inquebrantable de la tierra lusa sorprendente.
Por esto, más allá de las descripciones paisajísticas y de las ceremonias personales que emergen con fértil lucidez creativa en el poeta, se me antoja referenciar las gaviotas que él me hizo descubrir en la aceña del Tormes hace mil años. Las mismas gavinas que picotean intemporales ahora la palabra junto al manto añil que besa, en las tardes redimidas de su Figueira amada, la piel del horizonte o las brumas del amanecer escarchado, que retrata aquí el esplendor salmantino entre puentes y juncales. Y junto a las gaviotas “…vencejos de cielo y nube en la soledad del aire…”.
Le he recordado a Pilar muchas veces la anécdota que vivimos junto a Pepe, cuando oró su letanía de congruentes premoniciones poéticas, en una alocución que no todos los invitados entendieron. En dos ocasiones se le había indicado que por razones de horario debía terminar su intervención. Él, con toda tranquilidad, dijo: Si no queríais que hablase tanto, no me hubieseis invitado, ya conocéis de sobra como soy. Como no podía ser de otra forma, Pepe siguió hasta finalizar lo que tenía que decirnos.
Lo recuerdo perfectamente. Nos habló de las sombras oscuras hacia las que se acerca el hombre en el momento cumbre de la soledad intensa.
Al salir del acto, Pilar le recriminó aquel discurso tan largo. El poeta con énfasis ceremonioso contestó:
-Cuando estaba afeitándome te pregunté: ¿qué puedo decirle a esta gente?, y tú me indicaste: diles lo que te salga del corazón. Pues eso es lo que he hecho, hablarles con el corazón.
Aquella misma tarde me encontré con nuestro poeta junto a la estatua del Padre Cámara. Abatido por un cansancio conmovedor, era mimado con desvelo por Pilar. Comprendí que las primeras sombras de las que él nos había hablado comenzaban a llegar, como beso anunciador de lo que poco más tarde ocurriría.
Quizás sean las mismas sombras que él nos describió con tanto acierto aquel día, las que aparecen con el sello de su personalidad en las páginas finales de este libro: Este cordel de angustias y legados/ se acercan a mí como las rosas,/ y sus miradas limpias apacientan/ este dolor del sueño que se espera…


Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca 11.1109

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