4 de junio de 2009

CORBATAS ROSAS

J. M. Ferreira Cunquero



Bendita ciudad esta que, a parte de sus oros viejos, a veces nos hace pasar el rato con las ocurrentes extravagancias de quienes tienen la fortuna de ejercer el poder sobre ella. Debe ser todo un lujo poder decidir (no es coña) si se encorbata o no la casa de las casas salmantinas. Claro que para estas cosas están los señores asesores de los que asesoran, vamos, el no va más del intelecto incorpóreo ciudadano, que decide -ahí está la gracia- por todos los incultos que no podemos dar más de sí.
Oye, que no es lo mismo una cagada (con perdón) en la era, fruto de un apretón campero impertinente, que la que a base de interferencias filosóficas es digna obra de arte posando en un museo.
Sí señor, aunque no logremos entenderlo, lo que mola es el ultra modernismo que permite al osado personal montarse su barraca. Y hacen bien, estos artistas que alimentan emociones en la gente hipersensible, que entiende y disfruta con estas manifestaciones que se nos escapan a los pobres ignorantes de este tiempo.
Y es que, esto de decidir por los demás teniendo mando en plaza para administrar las propias contradicciones al gusto, fardar de coche con chofer y sobre todo percibir la soldada por un curre que es perseguido por tantos aspirantes en la sombra, debe ser la leche pringando el bollo.
Fíjate que en su día escribimos contra el adoquinado de la calle San Pablo, no por lo que valiese la obra, que lo valió, sino porque de sobra sabíamos que, mientras los coches tengan derecho a montárselo en las calles, los trompicones sobre las trampas graníticas, a parte de desarmarte el cacharro, si llevas la tripa llena, te pueden preparar un revoltijo. La respuesta que lanzaban contra estas críticas los grandes amos de la calle, era que la anterior alcaldía, sí, la de Jesús Málaga, nos había puesto baldosas de merengue, que con dos pisadas daban en seguida el cante. Y es bueno recordar ahora y luego y cuando nos haga falta que, aquel corregidor, con sus fallos, que los tuvo, por haberse graduado la vista en las barriadas y por un acento innatamente peculiar de progresismo, hizo posible que podamos ir tranquilamente por las calles peatonales desde la Puerta de Zamora hasta el otro lado del río. Peatonizó las calles, fijando su atención en la zona donde Salamanca eleva sus tesoros, con errores, sí, pero abriendo al futuro puertas con derechos ciudadanos para el goce de la calle a tope.
Pues bien, las baldosas se rompían, es verdad, como hojaldre revenido y por ello la solución fue el adoquín como respuesta coherente en quienes -ya digo- por medio del poder pueden hacer con nuestra capa lo que gusten.
El problema comenzó cuando la cacharrería hundió el firme, que más que de cemento fue puro chocolate baratija. Y se volvió a la obra, al dale que te pego con la maquinaria, que en esta ciudad se entrena tanto que seguramente sea una de las mejores del mundo mundial en sus molestos cometidos.
Y claro, cuando las cosas se hacen mal desde un principio, acabamos en la parchería indecente en una de las calles más carismáticas donde, apenas pasamos de cinco por hora, nos entra el baile de san Vito.
El caso es que al final volvemos al asfalto, sin darle importancia a estos deslices del derroche. Qué más da, todo sale de un cajón que, por no ser propio, cuesta a penas nada darle mil vueltas a la llave.
Mientras tanto sigo preguntándome quién pagó las pinturas desechadas para señalizar aquel embrollo de un único sentido en la Gran Vía, o cuándo se repondrá el paso de cebra de la calle Azafranal-Cristo de los Milagros, donde estaba anteriormente. Quizás esto no ocurra hasta que las conchas aprendan a hacerse ellas mismas el nudo de sus rosados corbatines. De todos modos, la gente pasa de esas rayas, que te invitan a cruzar por donde siempre.

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca jueves 4.06.09

No hay comentarios:

Publicar un comentario