17 de mayo de 2009

ESTOS TRENES NUESTROS II

J. M. Ferreira Cunquero



No fue lo que escribí sobre el carruaje antigualla de Barcelona, ni la posible supresión de algún otro tren de largo recorrido, lo que ha suscitado en el círculo de mis próximos la monserga doctrinal que da la vara.
Lo de menos es que esta tierra amamante el pasotismo por costumbre, promoviendo algunos caraduras que, más que servirnos desde la política, arriban a ésta para servirse de ella con un morro kilométrico que acomoda todo tipo de liviandades.
Lo peor ha sido, quizás, nutrir la desmemoria de unos cuantos izquierdistas de salón, que, para defender, después de tanto tiempo, la supresión de aquel entrañable ferrocarril de la Ruta de la Plata, me endiñan un curso acelerado sobre la rentabilidad económica y su repercusión en el atraso de los pueblos. ¡Chupa del frasco muchacho, que con lo que dices das asco!
Algún otro amigo, con una sinceridad que le honra, me ha espetado, medio en broma, medio en serio, que este terruño tiene el néctar que se merece la intención de su voto derechista. Es decir, que el atraso de esta zona del oeste español, por merecérnoslo, nunca va a disfrutar de los servicios de los que tanto se pavonean los ministros y todos los palmeros del ramo, cuando inauguran con grandilocuencia un centímetro de trecho ferroviario, mientras fardan en el escaparate hogareño de cualquier telediario.
El caso es que estoy escribiendo estas letras en el tren de Bilbao que, por no ir ni mucho menos vacío, a simple vista, no debería presagiar, por pura lógica, que amamante, desde el síndrome seudo económico, su próxima desaparición.
Desde siempre utilizo, cuando es posible, este medio de transporte, que no tendría competencia alguna si se dignificase, como nos merecemos, su eficacia. Si apenas se electrificaran las líneas, no es difícil suponer, comprobando el negocio de los autobuses de Zamora o Madrid, se incrementaría considerablemente el número de pasajeros. Como algún incompetente correveidile, que moja sus prebendas en el momio, insinúa que uno puede, por ocultos intereses, ser un inesperado defensor del tren que deberíamos disfrutar por estos pagos, me apetece sobremanera dejar constancia de mi pasión por todo lo que representa el ferrocarril desde siempre.
Bastaría referir que un ilustre jubilado de RENFE, Aníbal Salcedo Ruiz, me hace llegar todas las revistas de “Vía Libre” que leo con sumo interés desde hace muchos años. En este mismo tren, no hace mucho, este experto licenciado en obras me hizo gozar con su vasta sabiduría ferroviaria.
En una vía muerta, junto a los libros de poesía de mi biblioteca, reposa una locomotora de vapor de la que soy orgulloso propietario. Ahí está, a la espera de que otro buen amigo José Vicente López la ponga un día sobre los raíles de esas geniales maquetas que él, junto a otros maravillosos locos, desde la Asociación de amigos del Ferrocarril diseñan con empeño ferroviario en la estación de Tejares.
Puedo reseñar, sin dar datos por razones obvias, que otros amigos de RENFE me sorprendieron con uno de los mayores placeres que he vivido, cuando me brindaron ir en la cabecera de un tren cerca de un experto maquinista. Con los ojos encendidos por mi interés, me describió emotivas andanzas cuando, tiznado de carbón, tuvo la responsabilidad de conducir aquellas locomotoras que todavía despiertan, con sus resoplidos de vapor inolvidables, escenas que asoman mostrando con ternura el dulce sopor de la infancia.
Por estas cosas y otras que por falta de espacio es imposible narrar, el tren se me antoja como algo más que un medio de transporte. El tren es una porción de experiencias, que nos incumbe cuando, desde siempre, ha recorrido a nuestro lado sobre los raíles de las más afectuosas e inolvidables vivencias.
Mi fuerte abrazo para quienes luchan hoy contra la desaparición de este tren, que ahora mismo besa el contraste verdoso sobre la llanura, cuando al fondo firma sobre el paisaje una parte de lo que hemos sido, el Castillo de la Mota.

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca el jueves 14.05.09

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