1 de noviembre de 2007

Más que travesuras

Publicado en el diario El Adelanto de Salamanca el 11.10.07

J. M. Ferreira Cunquero

Son algo más que pequeñas anécdotas, más que travesuras propias de adolescentes. No pueden calificarse como insignificantes incidencias, tratando de justificar la dejadez asombrosa de este tiempo, que ha ido mutando su escala de valores en esa búsqueda falsa de un aparente sosiego que nos conduce a un fracaso social sin precedentes.

Algo debemos hacer con premura para sanear las aulas, erradicando todo tipo de acoso y violencia.

La familia, como núcleo, es un insustituible bastión educacional, pero posiblemente uno de los problemas resida en que muchos padres irresponsablemente, haciendo dejación de sus funciones, colaboran en ese incierto camino de la facilidad, en el que se gradúan al poco de nacer los más pequeños. Son este tipo de padres consentidores quienes deberían ser educados, antes que los mozalbetes, por lo menos para no caer en la trampa que puede cegarles oscureciéndoles la realidad. Ver a esos progenitores transformados en vulgares matones de la edad media, cuando el profesor de turno censura cualquier acción de sus niñitos mal criados, debería, cuando menos, ruborizarnos sin excepción a todos. Los profesores indiscutiblemente tienen que exhibir dentro de las aulas una autoridad, que debe ser defendida por todos los mecanismos que sean necesarios, hasta hacer comprender a esos grupos de pequeños mafiosos adolescentes que la sociedad tiene elementos para demoler sus bravuconadas.

El profesorado esta sometido a unas pautas que controlan sus excesos o extralimitaciones dentro del ámbito de la enseñanza, y ejemplos los hemos conocido de todas clases. Es más, muchos profesores viven bajo el imperio de un terror paralizante, derivado de esa violencia sorda que, en determinados centros, extiende su red como una tela de araña propia de la época cavernícola. Por otro lado, es demasiado fácil que se suscite, ante cualquier medida disciplinaria, la denuncia que penaliza al profesional, a veces desde un sinsentido que fragua los demenciales intereses de la masa borreguil constituida por muchos incompetentes progenitores que tienen a sus hijos por seres intocables.

Ya sabemos que puede ser muy injusto generalizar cuando se toca esta complicada temática que cada vez va mostrándose en casos concretos con más virulencia. Pero si a este acoso sufrido por los profesores, unimos el que padecen ciertos chavales indefensos, es posible que este conflicto que pisotea los derechos más básicos de la persona necesite una rápida actuación de quienes gozan de los privilegios que da el poder institucional para dictar normas de convivencia.

Los alumnos violentos, pese a sus acciones reprobables no pueden ser tampoco -por muy bestias que nos parezcan- desechados socialmente o recluidos, como si fueran perros rabiosos, en correccionales que, más que educar, pueden marcarlos con la exclusión que encasilla en lugares sin salida el futuro.

Reconocido esto y, ante la golosina promocional de un consumismo despiadado, que nos va metiendo en su cadena de montaje cual si fuéramos auténticos monigotes del ferial capitalista, sólo nos queda exigir que se establezcan cauces educadores en los cimientos más básicos de la sociedad; tarea complicada cuando el choque de intereses mercantiles de todo tipo trata de hacernos partícipes de un plan que promueve la incomunicación y el egoísmo de fondo, que alimenta estas situaciones tan lamentables. Lo que se lleva es que para que no nos moleste el nene le arreamos unas buenas dosis de video-consola o teletontería y oye… qué tranquilos vivimos.

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