26 de junio de 2007

INOCENTADA EN EL CLÍNICO

Publicado en El Adelanto de Salamanca 28.12.07J. M.


Ferreira Cunquero

Quiero avisarte amigo lector de que no estás sufriendo una inocentada, si en estos momentos sufres un ataque virulento de inquietud en la sala de la desesperación, siempre abarrotada, del servicio de urgencias de ese hospital, engendro de locuras, al que llamamos Clínico de Salamanca.

De entrada te acompaño en el sentimiento si tienes una “catarrada febril” propia de diciembre, pues en ese antro con ventilación desasistida, donde el aire más helador da la vuelta para que te enteres de lo que es una nevera en plena forma, lo más lógico es que se te entumezcan hasta los tuétanos o que te escapes, buscando morir con cierta dignidad en tu propia cama. Si llevas más de media hora en lo que será para ti el día más largo de tu vida, habrás caído en la cuenta de que hay dos radiadores de la época de los dinosaurios amarrados, cual si fueran un tesoro, con cadenas y que todo el mundo está “embufandado” y medio oculto en abrigos, como si estuvieseis en un refugio cercano a las heladoras cumbres del mismísimo K-2.

El problema, amigo mío, es que, a parte de poneros todos malitos de repente cuando a estas alturas hasta la enfermedad debe ser programada, es que nuestra sanidad, siendo una de las mejores del mundo, está en manos de un montón de incapaces a la hora de dirigir esos cotarros monstruosos que son nuestras ciudades hospitalarias.

Seguro que habrás llegado a manejar, como un servidor hace tres noches, la mala idea de pegarle un manteo a quien haya tenido la desfachatez de poner unas puertas automáticas, que directamente conectan esa sala sopla-gaitas con la calle. Oye, que para hacernos esto mejor habían colocado unos bancos a la intemperie y a respirar aire puro, que dicen los entendidos que en los hospitales más que curarnos muchas veces lo que hacemos es sembrarnos de virus el palmito. Lo peor no es que estos pela-ideas de la cutre ingeniería hospitalaria anden despertando la mala leche en el personal con estos disparates, sino que quienes se adormecen en las poltronas sanitarias den la pobre impresión de que no van a tratar de corregir estas deficiencias, propias de un país tercermundista en los próximos doscientos años.

Encima, amigo mío, si observas detenidamente la jugada, verás cómo hay enfermos privilegiados que, por currar su parentela en el lugar, atraviesan la asquerosa puerta del enchufismo, mientras se te queda una cara de gilipollas que no hay lija que te la quiete en siete meses. Ver cómo son pisoteados tus derechos por el morro en los espacios públicos, más que una inocentada es un cruel atentando a la dignidad que nos pertenece disfrutar como personas.


Eso sí, amigo lector, tus penalidades se acabarán cuando escuches tu nombre “altavoceado” y te encuentres con los profesionales, que a fin de cuenta son los que pueden resolverte la desazón que te ha obligado a sentirte durante tanto tiempo como una jibia congelada. Del mastodóntico hospital salmantino, si quitásemos las cuatro desagradables garrapatas de la cosa médica -en esto no puede existir duda alguna- el personal sanitario es lo que salva clarísimamente la sanidad pública, que en Castilla y León desprende intensísimos hedores a políticos trasnochados, con clarísimos trasfondos de insoportable incompetencia. Pero como esto último merece más espacio seguiremos otro día…

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