24 de mayo de 2006

ANGELITOS NEGROS


J. M. Ferreira Cunquero*


Al serme imposible formatear el sentimiento y abandonarme a los campos ilusorios donde uno a veces logra despegarse de la atadura materialista, he buscado inmiscuir mi razonamiento en las impresionantes propuestas del poeta Nana Tadoum. Vate negro que luce abierta mirada con fondos de azul paisaje incitador, llegado con multicolores contrastes de la madre tierra africana. Este camerunés viste el hábito de la sonrisa permanente, como verdad precisa para ser cual es en esta Salamanca que le va cubriendo su metódico afán universitario, con la necesidad de escribir a estas calles y a estos silencios de piedra que le van tallando, como a tantos otros, el permanente grito salmanticense. Y aunque el amor, tras la distancia herido, como ventarrón constante desde su tierra llegue, este helmántico hogar le cubre con su hospitalidad el verso. Nana es un poeta universal porque porta sobre el costado de la inspiración creadora con humildad la voz de la vida. Por eso sus versos, inéditos en este atardecer, se unen como bálsamo lubricador que tonifica en lo más hondo del alma lo que me sobra de tanta tristeza.
Confortándome la selecta poesía, de Nana Tadoum busco en su rostro negro el abrazo intemporal de las estrellas más lejanas que no tienen nombre, para volver al mar e incendiarme de impotencia lo que soy.
Deseo atarme a un cayuco y regresar a ese claustrofóbico espacio de las acuarelas azul salitre, donde el hombre no es más que un pedazo de corcho mecido en el ímpetu intratable de las aguas. Misterio que nos oculta silencioso la esperanza, carrusel de tantos sueños africanos allí hundidos, bajo su piel de oleajes.
No he podido borrar de la memoria aquellos hombres que iban, como mansos corderos atados, en siniestros autocares buscando penetrar en los malditos paisajes que no tienen nada. Paisajes de la sombra, de la negrura más densa que acobarda, prescribiendo en la desnudez lugares impropios, guetos como parafernalia indiscutible de nuestros premeditados olvidos.
Los cayucos no son más que ramalazos imposibles de ilusión permanente. La quimera del hombre prensada entre maderas, que danzan sin memoria en el océano más amplio de las penurias humanas. Es el realismo de la vida quien empuja esa procesión de seres humanos, que se ahogan en los cercos más olvidados del mundo.
Igual que recuerdo los inmundos viajes por el desierto marroquí, (señalando la clara responsabilidad de ZP) no podré borrar de la memoria nunca ese discurso demagógico de Zamplana, cuando acusa al gobierno de no saber inmovilizar estas masivas migraciones de la muerte, añadiendo otras monsergas como condimento populista, que busca únicamente rascar en el cartón de la suerte el ansiado premio de la Moncloa.
El asunto es mucho más sencillo de entender. Simplemente África está despertando de una pesadilla inhumana, que promociona aventuras imposibles de baremar en riesgos y dificultades, cuando la miseria es una amiga que vaga como un parásito en la misma sombra de aquellos hermanos nuestros. Basar únicamente esta problemática en intereses mafiosos es esconder la cabeza como el avestruz, bajo las alas de una irresponsabilidad que seguirá pasando factura a esta indecencia humana que vestimos tan hipócritamente todos.
Por otro lado, debe estar de coña el gobierno cuando dice que un satélite y no sé cuántos aviones van a terminar con los cayucos. No hay barrera que pueda detener la dignidad, cuando el hombre la siente como un derecho inalienable. Si el olvido de los países desarrollados no modifica sus estructuras, seguiremos amontonando, como embalajes inservibles, a estos hombres que piensan, sobre el abrazo inmenso del mar, que la vida al fondo del horizonte por fin puede mostrarles una sonrisa.

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