17 de noviembre de 2025

Listas de espera o la desesperación de las listas

 

Dibujo:jmfc


J. M. Ferreira Cunquero

En esta pobre tierra, terca y abrupta, se multiplican desde siempre los surcos que expanden zarzales e inmensa maleza de dejadez, parsimonia y pasotismo. Solo cuando la zorra nos entra en el corral, caemos en la cuenta de que somos meros comparsas o avezados palmeros de una indiferencia que ha olvidado gritar desde hace tiempo, demasiado tiempo, nuestro propio nombre.

Da lo mismo si el carromato nos lo venden sin ruedas a la hora de confiar en quienes, desde la época del señor Padre Putas, reciben la nómina (tiene wuewos la cosa) que pagamos por dirigir y acomodar nuestro cabreo.

Pese a todo lo ocurrido con los incendios de la Sierra de la Culebra (hogar de mi sangre y querencia) por mucho asco y coraje que nos dé, el morral volverá a colgarse de los mismos hombros políticos, con toda la casquería sorprendente y misteriosa de una desidia que una y otra vez regalamos como si tal cosa.

Y es que aquí la tradición, como una orquesta, toca los mismos ritmos políticos desde los años del longevo Matusalén, mientras escuchamos la repetitiva canción de las cuatro ridículas promesas, que una y otra vez acaparan ese voto característico que nos retrata en la foto del nos da igual.

La sanidad pública marca y enmarca a los culpables de su desastre con tanta certeza, que deberían ser clara diana para disparar hacia ella nuestro descontento en forma de una descomunal protesta, que al menos pueda paliar el daño que nos suministran en bandejas estratosféricas de ofrendas y mentiras.

Sí, ya sabemos que la cosa política en estos tiempos amontona a demasiados chupachollos en los escaños de la incapacidad más alevosa de toda la historia de la joven democracia que vestimos. Solo hay que abrir la hemeroteca de estos desastrosos años, para descubrir que estamos rodeados de tracaleros y verdaderos artistas de la insolvencia más absoluta que pudiéramos imaginar.

Cuando en urgencias una amabilísima doctora te cuenta que ha de asumir dos o tres puestos de trabajo y que posiblemente por tal cosa te ves aparcado en una procesión de sillas de ruedas en un pasillo, te preguntas ¿de qué va esto?

Y si a esa amabilidad de los sanitarios (cosa que reconozco con el mayor de los énfasis) la dejas en evidencia con tus preguntas, te responden: No entendemos cómo no se organizan ustedes para poner denuncias masivas contra este atropello que estamos sufriendo todos.

La traca final estalla en el menguado confort de uno mismo cuando te ves atrapado en las más que famosas, redundantes y lamentables listas de espera. Cuando un especialista pone en sus palabras una posible cirugía, los cachipuelos del acojono te cercan como cosa natural gracias a la endeblez humana que nos bendice, pero cuando te hacen saber que la prueba que ha de confirmar la sospecha del dictamen lleva la indicación de preferente, respiras hondo sintiéndote un ser privilegiado dentro de la inmensa enredadera público sanitaria.

Luego una borrachera de realidad te empaña los cristales de la esperanza cuando te informan de que, por mucha preferencia que conste, han de pasar un montón de meses hasta que llegue esa prueba. Es entonces cuando dentro de ti prolifera un torrente de impaciencia incontrolada y la mala leche se pone a cocer al pronto, promoviendo deseos de patear tu sombra.

Otra vez alguien del hospital, a través del teléfono, con un cariño y comprensión digna de ser resaltada, te aconseja que, si te puedes permitir el lujo de llamar a la puerta de las clínicas privadas, pases por taquilla para aminorar la larga espera que te bendice como un cataclismo.

Entonces se te viene a la mente una amiga que, con un cáncer de mama detectado, fue aparcada en una de esas listas de la desesperación, viviendo varios meses de insomnio y miedo. Y vuelve al recuerdo ese otro amigo de juventud que anda por ahí llevando desde hace varios meses una bolsa de orina que le tiene sumido en las más oscuras y turbulentas aguas de la impotencia. Y rescato de la memoria más reciente a otro conocido que, soportando un dolor inaguantable, con continuas visitas a urgencias, tuvo que esperar varios meses hasta que por fin pudo cruzar la puerta de un quirófano.

Ante toda esta mierda sanitaria que sufren profesionales y pacientes, ¿no es llegada la hora de que expresemos el hartazgo que sufrimos?, ¿no sería ya el momento en que todos los que formamos parte de esas insufribles listas de espera demos el golpe sobre la mesilla de los culpables?

No es lo mismo asimilar fríos números en estadísticas muertas y bien manejadas por las artes del engaño, que dejarse ver en la calle miles de ciudadanos que con su pasta mantienen el tinglado sanitario y a quienes lo desgobiernan.

Pero la realidad nos hace reconocer que, en esta tierra, si fuésemos convocados a una protesta de pacientes inmersos en esas alargadas listas de espera, como dice mi amigo y compañero de fatigas, Heli primero el grande, volveríamos a reunirnos los cuatro solidarios amiguetes que damos el coñazo desde siempre con la gaita protestona del cabreo.

Eso sí, vendrá cualquier chupachuflas del montaje digital de las influencias y los paisanos de la cosa banal reventarán la plaza con su multitudinaria asistencia, para reincidir en mostrarnos la lamentable  sociedad parasito cañí que nos bendice.

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