Una treintena de mozalbetes
llevábamos sobre los hombros al Señor de los Arrabales. Traspasábamos el Tormes
hacia los adentros de la ciudad, en el ocaso del atardecer del Jueves Santo,
con aquel brío juvenil que no medía las consecuencias del largo recorrido.
Entre ellos, cerca de mí, estaba José González al lado de mi siempre querido
y admirado Andrés Alén. Leer más ...
El amor y la paz de Pepe
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