Foto. José Núñez Larraz |
Aníbal Núñez y José Luis Sánchez Matilla dirigían -quiero recordar-
la Cátedra de poética Fray Luis de León en la Universidad Pontificia.
El maestro de poetas, Emilio Rodríguez, era director de Radio Popular de
Salamanca y en el Ateneo, de la mano de Félix Grande unas veces y otras
de las de Josefina Verde, no parábamos de buscar excusas para montar
recitales poéticos. Y como diva del meollo cultural de aquel hogar de la
literatura salmantina de la calle Zamora, embelesaba la voz de Conchita
San Román.
Cercos de muchas horas ensimismadas en el recuerdo más puntilloso,
que asoma acarreando nostalgias y puntos de encuentro que recompensan
con la memoria todo lo que hemos perdido.
Como un ramalazo de nostalgia, reaparece intocable aquel altar poético, donde Conchita nos recitaba la poesía de los grandes y la nuestra, que no dejaba de ser la de los novatos de ilusión en este camino literario que nos va conduciendo, con extremada lentitud, al sueño interminable de la creatividad imposible. Fuimos (muchas veces lo digo) privilegiados al escuchar, en la intimidad de aquel rincón decorado con referencias al toro bravo, el cante jondo que brotaba con especial desgarro del impresionante poderío de su garganta. En la zona más visible estaba enmarcada una crónica memorable sobre un toro de Coquilla, que en el pasado había triunfado de forma rotunda en las Ventas.
Como un ramalazo de nostalgia, reaparece intocable aquel altar poético, donde Conchita nos recitaba la poesía de los grandes y la nuestra, que no dejaba de ser la de los novatos de ilusión en este camino literario que nos va conduciendo, con extremada lentitud, al sueño interminable de la creatividad imposible. Fuimos (muchas veces lo digo) privilegiados al escuchar, en la intimidad de aquel rincón decorado con referencias al toro bravo, el cante jondo que brotaba con especial desgarro del impresionante poderío de su garganta. En la zona más visible estaba enmarcada una crónica memorable sobre un toro de Coquilla, que en el pasado había triunfado de forma rotunda en las Ventas.
Y en Radio Popular, Rincón de Encuentros. Un programa que, de la mano
de este poeta y gran amigo que es Amador Martín, daba cancha a todo lo
que tenía que ver con la cultura. Los lunes, allí nos citábamos con la
sorpresa. Sigo sin entender cómo Amador lograba que gente como Claudio
Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Luis Pastor…, estuviesen tan a gusto en
los viejos estudios radiofónicos de la Plaza Mayor. Muchas veces
terminaba el programa, y allí seguíamos charlando en la cercanía que
realmente descubre a estos personajes del tinglado cultural más
reconocido.
Algún día contaré con pelos y señales una de las anécdotas más
gloriosas que vivimos con Claudio Rodríguez, cuando criticó abiertamente
ante los micrófonos al burro más coñazo e inaguantable (según él) de la
literatura española.
Quién nos iba a decir, por aquel entonces, que Toni Lorenzo Melgar,
que manejaba los asuntos técnicos de la radio como pocos, iba a ser este
periodista certero y cercano en todo lo que tiene que ver con el
deporte salmantino. Toni sigue siendo una de mis grandes debilidades en
la radio deportiva.
Pepe Ledesma, en aquel entramado cultural, destacaba por su
arrolladora fuerza y no había acto que se preciase en el que él no
tuviese la voz cantante. Por otro lado Francisco Soto del Carmen
conmemora en la dulce paz de mis posesiones la poesía brillante de quien
dominaba la técnica como pocos. Sus sonetos siguen dándome la calma
cuando busco en la musicalidad del interior el deleite. De él se me ha
quedado grabada su sonrisa, la especial sonrisa que identifica a la
gente buena.
Pablo Serrano, uno de los más grandes rapsodas de la época, se
paseaba por todos los escenarios de la provincia. Los llenazos eran
asombrosos para oír en su voz los poemas de Félix Grande y Josefina
Verde.
Después vino la Tertulia Tormes y las semanas de la poesía que montamos en el barrio de la Vega.
Coincidiendo con aquellos años, hubo otro intento parecido en el
barrio Buenos Aires, donde tuvieron la gran fortuna sus mentores de
contar con la ayuda de Antonio Sánchez Zamarreño.
En un día de aquellos, un espectador de las semanas poéticas, se nos acercó, confesándonos ser un voraz lector de poesía. Ante Conchita San Román, Félix Grande, Charo de Irureta y algún otro amigo, recitó con cierta timidez: Al olmo viejo, hendido por el rayo/y en su mitad podrido,/con las lluvias de abril y el sol de mayo… Aquel tipo tan sorprendente era José María Sánchez Terrones. Al año siguiente un servidor lo hacía debutar en la semana poética, que fue el inicio de ese trayecto que ha venido trazando hasta convertirse en el rapsoda incansable que sigue demostrando su profundo amor por la poesía.
En un día de aquellos, un espectador de las semanas poéticas, se nos acercó, confesándonos ser un voraz lector de poesía. Ante Conchita San Román, Félix Grande, Charo de Irureta y algún otro amigo, recitó con cierta timidez: Al olmo viejo, hendido por el rayo/y en su mitad podrido,/con las lluvias de abril y el sol de mayo… Aquel tipo tan sorprendente era José María Sánchez Terrones. Al año siguiente un servidor lo hacía debutar en la semana poética, que fue el inicio de ese trayecto que ha venido trazando hasta convertirse en el rapsoda incansable que sigue demostrando su profundo amor por la poesía.
Y sé que se me queda mucha gente en el olvido, muchos amigos que
marcaron con su presencia momentos irrepetibles, que van acudiendo a
golpe de fortuna a la pobre memoria cuando, en los archivos, aparece un
viejo cartel o un programa que resucita inolvidables encuentros con
poetas que hoy son maestros literarios de primer orden.
Cómo me alegra que Aníbal Núñez siga conquistando, desde el otro lado
del tiempo, lo que le pertenece. Él, que odiaba como nadie los
protocolos y la rancia fetidez de los despachos institucionales, ya no
puede hacer nada. Su poesía lo está rescatando y, desde el silencio que
nos parecía injustamente asombroso, brota el poder de su palabra
reivindicando para siempre la apoteosis de su creatividad entre
nosotros. No son nunca tardíos estos homenajes, que traen con el pulso
del tiempo la verdad de quienes, viviendo en la permanente huida del
boato, siguen vivos a través del importante legado que nos dejaron. Eso
sí, ahora, hasta los que metafóricamente le acuchillaban por la espalda,
se autodenominan amigos. Es la de siempre, rascas la chepa hipócrita de
los fantasmones del agasajo, y chirría la verdad desnudando a tanto
intruso.
Mientras Aníbal sigue ascendiendo en el reconocimiento, los
mercenarios de la poesía y toda la corte de chirigotas aparentes,
estiran el cuello mendigando una esquina en cualquier medio informativo.
Vender humo, mientras se le dan coces al diccionario es el arte de los
intrascendentes monigotes que, lejos del polifacético Aníbal, se hunden
en la ceremonia ridícula de los mediocres.
Como muy bien decía el profesor universitario y grandísimo poeta
Antonio Sánchez Zamarreño, en el homenaje que se le hacía a Félix Grande
tras su muerte, el tiempo resucita al poeta si su obra encuentra
lectores en las caprichosas bibliotecas del tiempo.
Todo lo demás, fuegos de artificio que nos disolverán cual si fuéramos polvo sobre el polvo del olvido.
2010- Salamanca
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