Plaza de Anaya. Salamanca. Foto jmfc |
AL AMIGO, H. TOMÉ,
QUE HA PARTIDO PARA FOTOGRAFIAR ESTRELLAS
Mi querido e inolvidable amigo:
No sabes cómo repica la ausencia en los costados del alma.
Cómo se hinca el grito desolador en las horas…
Anaya se queda en soledad adivinando tu presencia y en la
cita de las tardes que tuvimos para darnos, para ser en la palabra, te buscaré
en el abrazo compartido. Muchas veces dijimos que esa plaza, que custodia
catedrales y alturas, es el lugar que describe la Salamanca como hogar y
aledaño de querencias.
Allí me diste la gran lección fotográfica que tanto nos
repetías, cuanto más sencillo más grande;
menos es más… Estábamos captando con
la máquina unas sombras verticales que caían desplomadas desde el rostro de
aquella iglesia que tanto congelaste con tus ojos.
No sé, mi querido amigo, cómo reponerte en lo que más quiero
y mucho menos cómo hacerme a esta idea de que ya eres parte de ese tragaluz que
verterá con asombro el sol de Castilla entre nubes, para iluminar en la memoria
tu recuerdo, tu permanencia para siempre en el susurro matinal del viento.
Poca gente tan buena como tú recorrió a mi lado estos
espacios de la vida, por los que merodeamos, como tú decías, sin observar, sin
vivir lo que sucede en las cercanías por las que vamos como autómatas,
alucinados con las cuatro mierdas informáticas que nos venden.
Solo te pido que perdones estas letras que quiero esparcir a
conciencia, cuando has querido que fuese el silencio la maleta que, de tu mano,
llevase atavíos de eternidad mientras surcas el abrazo inabarcable de los
astros, de los días que te traerán como siempre, al tintineo de cristales en el
dulce invierno de la vida.
Descansa en la paz de las estrellas, cuando solo puedo
decirte que no cabe el agradecimiento en mi corazón por todo lo que nos has
dado.
J. M. Ferreira Cunquero
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