J. M. Ferreira Cunquero
Seguramente uno de los hechos más importantes que acontecieron en
aquellas semanas de la poesía que organizamos por los años 80 en el Barrio de
la Vega, fue conocer a aquel tipo tan especial que asistía prácticamente a
todos los recitales.
De aquellos días hay que recordar las comparecencias extraordinarias,
en el barrio trastormesino, de poetas como Aníbal Núñez, Juan Belén Cela, J. L. Sánchez
Matilla, Emilio Rodríguez, Ledesma Criado, Félix Grande, Charo de Irureta, Sánchez
Zamarreño, Tomás Hernández Castilla, López
Anglada, etcétera, etcétera; y dos rapsodas tan extraordinarios como Conchita
San Román y Joaquín Dicenta.
Sánchez Terrones en una de las Semanas de la Poesia,1984 |
Y así fue como José María Sánchez Terrones, con aquel A un olmo seco de Machado, me hizo ver
con diáfana claridad que al año siguiente debía comparecer en la semana de la
poesía que se llevaría a cabo para homenajear a García Lorca.
Su primer recital fue impresionante. Único como vivencia, al sentir en
aquel torrente de voz un corazón enamorado de la poesía, en perceptible y sincera
comunión con el espíritu profundo y creativo del verso.
Recuerdo como si fuera hace un instante, la entrega de aquel público vegueño al personaje carismático que
emergió con la fuerza de quien ha nacido para recitar el sueño más profundo e inspirativo del poeta. Fue emocionante aquel
momento irrepetible en el que acabábamos de descubrir al rapsoda salmantino de
este tiempo.
En la retina se van desvaneciendo lentamente aquellos encuentros
poéticos con Pablo Serrano, uno de los rapsodas más grandes de los años 70 y la
excelsa Conchita San Román, cuando los versos de Josefina Verde y Félix Grande
García recorrían los centros culturales de la provincia, después de erigirse en
admirables referencias del glorioso Ateneo de aquella época tan fructífera y
recordada.
Pero lentamente, a medida que aquellos dos grandes intérpretes de la
poesía se fueron como peregrinos hacia el otro lado de las horas, iba
emergiendo la figura de José María Sánchez Terrones.
Y ahí lo tenemos en el año 1986 en un homenaje a Bécquer en el Ateneo,
compartiendo cartel con Aníbal Núñez, Matilla, Emilio Rodríguez, Félix Grande,
Zamarreño, y un servidor, al lado de otros poetas que me es imposible recordar
en este instante.
Después el camino y la propia constancia han hecho posible que José
María abriese esa brecha en la que destaca como rapsoda, pero sobre todo como hombre
bueno que accede una y otra vez a cualquier cita con la poesía.
Su atalaya lo acoge en el predilecto nivel de los acordes sencillos,
donde la poética de la llamada lo predispone, sin ataduras, a ser el fiel
amante, que en cada encuentro reinicia la inauguración sencilla de la entrega.
Recuerdo Ganarás la Luz, en
su voz delatadoramente enamorada del gran poeta de Tábara y a Unamuno, revivir fielmente
en su figura. Inolvidable encuentro en la intimidad frente a su tumba, delatándose
como un hombre nacido para amasar la esencia de la palabra con el infalible tono
de la belleza (larga anécdota para contar un día). Fray Luis renacido en su efigie,
emulando al fraile universal y universitario de esta tierra, y al despreciado tanta veces por las monsergas
literarias que lo calificaron de poeta menor, cuando su Cristu Benditu y su Embargo
estuvieron en la memoria de miles de coetáneos admiradores. Gabriel y Galán en
la voz de Terrones, renace como ilustre arquitecto de rimas que siguen
lubricando incandescentes emociones en el latido existencial del tiempo.
Por todas estas cosas, creo que el amigo y admirado José María Sánchez
Terrones merece el recuerdo de este humilde unidor de letras, agradecido por
haber participado siempre de mis instintivas
y algunas veces absurdas propuestas.
Gracias por vivir cerca del pulso lírico que te ha entregado a la
noble causa de divulgar la poesía como parte esencial del cosmos que alienta en
los momentos cruciales la áspera y espinosa existencia humana.
Gracias por recoger la antorcha de los que te antecedieron en el honor
de calar en el viento, con la maravillosa virtud de un enamorado, la poesía que
te seduce, cuando nos revelas que nació para ser interpretada con la fuerza de tu
voz, a los que te queremos.
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