16 de septiembre de 2013

NUESTROS QUERIDOS HOMOSEXUALES




    J. M. Ferreira Cunquero *

 

           


           Es cuanto menos curioso que algunos personajes después de predicar que respetan los derechos de los homosexuales, luego con letra pequeña escriban, que estos en cierto modo no padecen más que una patología que los hace diferentes. Mucho peor es escuchar aquello de que la prueba de sus afirmaciones está refutada por esos carrozas que salen al pronto de no se que mueble para dar la nota de un comportamiento asquerosamente vicioso. Incluso hemos podido llegar a leer que en la época franquista los gay y lesbianas eran gente no sólo respetada y querida, sino que a través de aquella hermosa convivencia social puede demostrarse que el régimen totalitario sabía guardar, dentro del orden, por supuesto, una relación fraternal entre todas sus gentes. Vamos que es el estado democrático el que lía las cosas especulando con los derechos ya conseguidos con anterioridad en la época de la leche en polvo y el pan “pringao” en aceite.
         Lo paradójico debe ser, que algunos tenemos otro tipo de imágenes en la memoria, no se si porque la cajonera del archivo del “cocotero” nos ha guardado los papeles al revés o porque somos sufridores de una enfermedad que vaya Ud. a saber donde podemos encuadrarla.
         Al leer y escuchar estos días todo este tipo de intolerantes afirmaciones, he rescatado del recuerdo una manifestación de homosexuales que tuvo lugar en Barcelona a mediados de los años setenta. Pese a ser la ciudad catalana un foco de reivindicaciones de todo tipo, aquella protesta convocada por los sectores más progresistas de la sociedad catalana terminó como no podía ser de otra manera, con chorros de agua, pelotazos de goma y mamporros a discreción. Aquella tarde la experta policía armada a base de porrazos deshacía la manifestación empleándose a fondo de una forma espectacularmente dura. Mucho más. Excesivamente más, los antidisturbios se emplearon a fondo con las personas que vestían de forma provocativa para llamar, por supuesto, deliberadamente la atención en aquella tarde dominical inolvidable.
         Incluso dentro del movimiento sindical y político de base sabíamos de sobra que en la Cárcel Modelo de Barcelona los homosexuales, marcados despectivamente como “maricones” por el régimen del nacional catolicismo, sufrían todo tipo de torturas mentales y físicas. Mejor no recordar el trato que sufrieron en las comisarías especializadas en cargarse la homosexualidad por medio de la brutalidad más asquerosa. Aquellos hipócritas moralistas pensaban que esa forma distinta de ser y sentir algunos seres humanos era un foco infeccioso que podría contagiar aquella sociedad elegida por Dios para llevar a cabo el gran proyecto de la dictadura.
         ¿Como olvidar los experimentos de algunos siquiatras del franquismo?, ¿Acaso es mentira que los homosexuales en algunas espacialísimas cárceles españolas sufrieron la aplicación de métodos que combinaban la visión de imágenes “indecentes” con espeluznantes descargas eléctricas en las partes más sensibles del cuerpo? Aquellos malditos galenos, lejos de la deontología médica, esgrimían un depravado instinto al creer que la homosexualidad era poco más que un simple dolor de anginas.
         De todos modos, lo trascendental es que por estar en una democracia, los predicadores que manipulan desde los anquilosados púlpitos del pasado aquel tiempo, cada vez van vaciando más sus palabras. Los homosexuales, como debe ser, tienen todos los derechos en su manos, igualándose por fin con cualquier ciudadano español que se precie de serlo.
         De ningún modo, entiendo, que se esté atacando mi derecho a ser católico. Mucho menos que se esté destruyendo mi familia, porque otros seres humanos vayan a unirse legalmente utilizando la misma palabra que define  mi unión a otra persona humana de distinto sexo.

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