Es increíble que cuatro
“niños pijos”, detrás de una pancarta y con el careto “enbufandao” ( al más
puro estilo cobardica) con telas negras cual si tuvieran de luto el pellejo, te
llamen facha porque no te unas como un tarugo a su ridícula manifestación
callejera. Estos desfiles seudo- revolucionarios de fin de semana, ejercidos
por acomodados mozalbetes que se reúnen como una coral de ceporros, contagiados
de una mentirosa valentía que les enardece el ánimo, les hacen creer que son
dueños y señores de la calle y de todo el mobiliario público que sufre sus
caprichitos saboteadores. Estos individuos -a Dios gracias- nada tienen que ver
con esos otros jóvenes que se citan en torno a cualquier injusticia, viajando
por todo el mundo para tratar (desde el convencimiento de su lucha sana) de
oponerse a las frías decisiones del capitalismo más rancio. Jóvenes que se
enfrentan con rabia, no para rememorar los desgraciados tiempos que conocimos
los cincuentones de esta época informático-televisiva, sino para pelear con
dignidad por un mundo que asiente sus bases en la igualdad y el respeto al ser
humano; un mundo justo que no permita esta falta de equidad que tasa el valor
de los hombres únicamente con fórmulas económicas, catalogando derechos y
obligaciones en base a parámetros injustos que limitan o condicionan todo tipo
oportunidades.
Sigue siendo inadmisible
que, en una parte del planeta, el hambre asesine cada minuto a un montón de
seres humanos indefensos, mientras en las saturadas despensas de los países más
ricos y poderosos se pudren remanentes enormes de alimentos. Ese alarido con
olor a tierra seca se esconde tras los muros fronterizos que apagan la ahogada
voz de los miserables. Así no podemos oír su llamada. No queremos escuchar su congoja
y mucho menos encontrarnos los ojos que pueden incendiar nuestra mirada con ese
escaparate descolorido que alberga, tras opacas cristaleras, el rostro más
despiadado del desaliento.
Por esto, y por muchos
más detalles que solemos calificar, por mera costumbre, como insignificantes
rasgos modernistas, es emocionante ver cómo esa muchachada internacional
expresa su descontento, cuando los hombres más poderosos del planeta se citan a
bombo y platillo para seguir amarrando seguramente
sus intocables derechos. Derechos a un reparto injusto de la riqueza que sigue
marcando a fuego sobre la piel de los países más pobres la incertidumbre de su
futuro. Sólo nos queda esa mocedad que se une en la lucha contra la injusticia
de la globalización, mostrándose como un reducto casi inverosímil de
discordancia con este mundo civilizado, donde el orden establecido promociona y
falsea un supuesto estado del bienestar, mientras escondemos bajo el gran manto
del egoísmo materialista el compromiso social de nuestra ceguera.
Poco puede esperar de
nosotros esa parte del mundo que sostiene, sobre el pilar de la penuria, un desolador
horizonte de desigualdades e injusticia.
Las ONG’s, los misioneros cristianos, la
ayuda humanitaria y esos jóvenes que manifiestan su desacuerdo, enfrentándose a
las fuerzas de seguridad que guardan los intocables despachos de los mandamases
del planeta, es lo que nos queda para encauzar una imposible esperanza. Todo
está pactado y repartido.
Estas reflexiones me añusgan las entendederas,
cuando compruebo, como decía al principiar estas líneas, que siguen creciendo
moderadamente por toda Europa agrupaciones de jovenzuelos que tratan de
resucitar las viejas y terroríficas glorias del pasado, mientras instruyen los
sentidos en asquerosas doctrinas violentas. Y en este saco siniestro de la
voluntad juvenil dirigida, prácticamente da igual que identifiquemos a estos
individuos en la derecha o en la izquierda. Las videoconsolas y el muladar
rastrero de la abominable televisión, entre otros factores, puede hacernos
suponer que el panorama no invita al optimismo.
J. M. Ferreira Cunquero
*escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario